(Fragmento final del capítulo 16)
Entonces volvía el desfile de los héroes novelescos, de los héroes periodísticos,
que le cautivaron sus primeras ensoñaciones; desfile bruscamente interrumpido por la
más inconcebible ocurrencia: don Román Capistrán en verdad no es tipo repugnante,
nada tiene de ridículo... al contrario; es atractivo, vigoroso, desenfadado; la buena
salud, la buena sangre le asoman por los colores y tersura del cutis; barba poblada,
ojos claros, nariz fina, cejas nobles, pelo dócil, boca franca, dentadura luciente y
canas que le dan majestad patriarcal; hombre fuerte, habituado al trato de las gentes,
fácil de ademanes, contagiosa su risa, pronta su palabra y bien entonada...
María tuvo miedo de seguir esta imagen de su imaginación proterva.
Mas la imagen volvió en sueños desapacibles, y allí se confundía con la imagen
de Damián, parejas en atractivos, en masculinidad, en atropellada fuerza sin respetos.
Entre ambas ahuyentaron a los sueños, desde la media noche. Cerca de la cama
yacían, amenazantes, las ropas largas, las ropas negras de ayer y de mañana.
Marta dormía el sosiego de la resignación.
Agustín Yáñez (México, 1904-1980).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario