(Fragmento final del capítulo 5)
Claro estaba que había
que contar con la Revolución, con la bendita Revolución, con la obsesionante
Revolución, que ya estaba empezando a cansarme, a saturarme, de tanto como se
hablaba de ella en México -y sin hallar que, a pesar de muchas conquistas
evidentes, esa Revolución hubiese realizado trascendentales cambios, cambios
profundos, en cuanto a las estructuras sociales puesto que si con ella el Indio
había recuperado su prestigio, no por esto se había librado de una miseria
harto generalizada en los campos y las ciudades-…Con tales pensamientos y
preguntas estaba yo instalando en mí el temible personaje goethiano de La
preocupación: “Aun cuando ningún oído me escuchara / igualmente sonarían mis
palabras en tus entrañas. / Soy el compañero eternamente inquieto / al que
siempre encontramos / aunque nunca lo busquemos, / a la vez acariciado y
maldito… ”…Mi tía temerosa de verme regresar a Cuba, me colmaba de giros. Al
encontrarme, una mañana, con tres mil dólares en el National City Bank -y
recordando que el cambio estaba a casi cincuenta francos por dólar- tomé el
camino de París, vía Tampico, pues quería evitar la escala habanera, inevitable
entre Veracruz y Europa. Me marchaba con una vaga sensación de culpa:
remordimiento, preocupación… Detrás, los Dioses del Continente me habían
demostrado, con una crisis de conciencia, que la asignatura-América era una
asignatura difícil. Sin llegar a ver la médula del árbol, me había
ensangrentado las manos al tratar de arañarle la corteza.
Alejo Carpentier
(Cubano nacido en Suiza y fallecido en Francia, 1904-1980).
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