Me encontré por primera vez con el hombre a quien decidí llamar Michael Shayne en Tampico, México,
hace muchos, muchos años. Yo era un simple muchacho trabajando como marinero en un buque tanque de la costa cuando atracamos en Tampico para tomar una
carga de petróleo crudo. Después de la cena, un pequeño grupo de marineros
desembarcó para conocer algo de aquel puerto extranjero. Yo estaba en ese grupo.
No nos alejamos mucho del barco, entrando en la primera cantina con la que topamos. Todos estábamos alineados en el bar probando su tequila
cuando noté que un estadounidense pelirrojo estaba sentado solo en una mesa
pequeña que daba a la sala llena de gente, con una botella de coñac, un vaso
pequeño para el licor y un vaso más grande de agua helada en la mesa frente a él. Era alto y larguirucho y tenía facciones toscas con ojos grises
sombríos que examinaban la escena con una especie de diversión
burlona. Parecía tener poco más de veinte años y, mientras lo observaba,
se llevó el vaso a la boca y bebió un pequeño sorbo de coñac, luego lo acompañó con
un trago de agua helada. No sé qué me hizo observarlo tan de
cerca. Tal vez había una calidad solitaria en él en esa cantina llena de
gente. Era parte de la escena, pero se mantenía aparte de ella. Había un mexicano
tocando un acordeón en medio de la sala y varias parejas bailando. Había
otras señoritas con vestidos llamativos sentadas a los lados y algunos de los
marineros se acercaron para pedirles un baile.
No sé qué provocó el altercado. Posiblemente uno de los marineros le
pidió un baile a la chica equivocada. De pronto se formó un tumulto que súbitamente se extendió hasta abarcar el reducido espacio del lugar. Se escuchaban maldiciones y gritos entre el brillo de los cuchillos expuestos. Nos superaban en número y llevábamos la peor parte de la pelea cuando, de repente,
por el rabillo del ojo, vi cuando el pelirrojo estadounidense apartaba la mesa de
un empujón para meterse a la pelea repartiendo puñetazos.
Cada vez que descargaba un golpe, un mexicano caía y generalmente se quedaba en el suelo. Una botella de cerveza me golpeó en la cabeza y los combatientes me
pisotearon. Debo haber perdido el conocimiento un rato porque abruptamente me percaté de que la pelea había disminuido mientras yo yacía en medio de
una maraña de cuerpos con la sangre de mi cabeza descalabrada escurriendo por la cara. Luego fui arrastrado fuera del enredo y puesto de pie por el pelirrojo americano. Me dio un empujón para sacarme a través de las puertas batientes, tropecé y caí, pero me recogieron mis camaradas que salían por la puerta
detrás de mí.
Tuvimos que alejarnos apresurados de regreso al barco, donde nos dimos a la tarea de remendar las cabezas rotas y algunas heridas menores por cuchilla- zos.
Nos hicimos a la mar la mañana siguiente y ninguno
de nosotros sabía qué le había pasado al pelirrojo luego de que salimos de
la cantina.
Brett Halliday: Davis Dresser (Estados Unidos, 1904-1977).
(Traducido del inglés por Jules Etienne).
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