- ¡Me agarró el luto
parrandero, qué culpa tengo yo! ¡Me agarró el luto de la Mujer X… mi mujercita
se volvió en México, la Mujer X… la parranda más negra… pobrecita, viva me
quiso mucho y muerta ya no me quiere, ya no le gusto, y lo peor es qué ¿qué le
va uno a explicar en su descargo a una piedra, a una lápida, a una cruz, a la
tiniebla, al vacío…? -tras una pausa limpióse la boca salivosa con la manga del
saco y añadió, después de observar atentamente los botoncitos de la bocamanga-,
lo que escrito está, escrito se queda… fondear aquí, no… ¡nunca!… aquí vengo a
que me mueran…!
- Pues si es para eso -pacientó el cantinero, tomando de un plato un rabanito pelado-, allí enfrente,
donde los muertos le hacen el favor. Pregunte por el guardián del cementerio,
un verdugo, un tal Tenazón… Vaya, pase, atraviese la calle, pues allí no sólo
lo mueren, sino que lo entierran…
- No fondeo, vaya… aquí
yo no fondeo… -monólogo de briago, la cabeza colgada sobre el pecho, el pelo en
la frente-, tampoco enfrente… -reaccionó, alzando la cabeza, una fúnebre
sonrisa entre los dientes-, enfrente, en el cementerio, por baboso! ¡Ni en tan…
poco… ni en Tampico… y lo que ahora me está haciendo falta es otro elíxir!
Miguel Ángel Asturias (Guatemalteco fallecido en España, 1899-1974).
Obtuvo el premio Nobel en 1967.
El texto íntegro puede leerse en literatura.us.
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