"Los he tratado en Tampico y los he visto en compañía de Paula Mancja y de otros tramposos de garito..."
(Fragmento del capítulo IV: Un asunto embrollado)
- Me parece-le dije yo-, que Rocaforte no tiene facha
de ladrón. Es más, aseguraría que no es ladrón.
- ¿Y por
qué no se ha dejado registrar?
- No lo sé; pero me
figuro que hay por debajo alguna cuestión de mujeres. Miguel estaba con su
principal; el principal tiene una mujer guapa; Miguel, quizá la ha escrito;
ella, quizá le ha contestado, y él podía no querer que los papeles que llevaba
los viera su principal.
- Es una suposición...
- Lógica.
- Cierto. Es muy
posible que sea esto. Me enteraré. ¿Y, entonces, usted supone más bien que el
comisionista francés...?
- Mire usted, yo
conozco a Castelo y a Macías. Los he tratado en Tampico y los he visto en
compañía de Paula Mancha y de otros tramposos y jugadores de garito que
abundaban en el ejército que desembarcó en las costas de Méjico con el general
Barradas. Uno y otro me parecen capaces de toda clase de artimañas, y yo, tanto
como la posibilidad de un robo, aceptaría la tesis de que haya habido entre los
dos compadres una combinación inventada con algún fin que no conocemos.
Luna se calló.
- Me pone usted en un
mar de confusiones-dijo después-. Verdaderamente es un poco extraño que un
hombre a quien le han entregado cinco mil duros para que los guarde, en vez de
ir a su casa y meterlos en un cajón, los lleve en el bolsillo del abrigo a un
gabinete de lectura, se dedique a leer periódicos y deje el gabán con el dinero
dentro sobre una butaca. ¡Cinco mil duros! Vale la pena de tener cuidado con
ellos, y en estos tiempos.
- Todo eso es muy raro,
amigo Luna.
- Cierto; pero esto de
que el joven Rocaforte se haya opuesto a dejarse registrar de una manera tan
violenta también es raro.
Pío Baroja (España, 1872-1956).
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