"... y mientras numerosas personas hacían sonar el timbre deseosas de bajar, el elevadorista se puso el sombrero y ganó la calle sin avisar a nadie..."
¡Tampico!
El nombre parecía imantado por las leyendas de la prosperidad económica, de las fortunas hechas de la noche a la mañana y de la vida licenciosa.
No era raro oír versiones como ésta:
- Un elevadorista acaba de hacer un depósito de cien mil dólares en el banco...
- ¿Eso es lo que acostumbran a dar propina aquí?
- No hombre, el elevadorista se vino de su tierra, dejando un terrenito que le heredó su padre. A una de las empresas se le puso en la cabeza que no había mejor lugar para una refinería y mandó a uno de sus apoderados a tratar con el dueño. El representante petrolero tomó el elevador y, mientras subían, le dijo:
- Te compro tu terreno.
- No lo vendo.
- Cincuenta mil...
El elevador ya iba de bajada cuando el hombre recibió un cheque por cien mil, y mientras numerosas personas hacían sonar el timbre deseosas de bajar, el elevadorista se puso el sombrero y ganó la calle, sin avisar a nadie, abandonando el trabajo.
Gregorio López y Fuentes (México, 1897-1966).
Tiempos de bonanza.. Abrazos Jules
ResponderBorrarAsí es, querida Clara Martha. Un Tampico que no tuvimos oportunidad de conocer pero del que hablaban nuestros ancestros. Imagínate las historias de mi abuelo, que abrió la joyería en el año de 1900. Correspondo con gusto a los abrazos que me envías.
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