- Este es un gran país para ustedes -comentó Hallock-. Tenemos
los pozos petroleros más grandes del mundo justo en esta pequeña franja de
tierra a lo largo del Golfo y, además, las reservas sin explotar son muchísimo
más grandes de lo que se puede juzgar por lo que se ha sacado a la luz. Sí, señor.
¡Y tampoco debería sorprenderme algún día encontrar un chorro aquí mismo en mi
rancho! Rufe Terwilliger, doce millas más allá de Dos Zapotes, excavó por una
corazonada hace seis meses, y ahora tan sólo con la válvula de la compuerta.
parcialmente abierta, ¡está sacando mil barriles por día!
- Sé que el desarrollo que ha tenido lugar aquí es,
hablando en relación con las posibilidades, solo un comienzo -aseguró Thode al
acalorado entusiasta-. Estoy aquí para velar por los intereses del señor
Larkin y los de la Mexamer Company con miras a ampliar sus participaciones si
encuentro algo prometedor. Por cierto, señor Hallock, fue una historia curiosa
la que le contó al señor Larkin, sobre un misterioso estanque en un pantano con
indicaciones de aceite en la superficie. Un día lo mencionó por casualidad. El
estanque de las almas perdidas, ¿no es así?
Hallock asintió con una amplia sonrisa.
(Fragmento del capítulo VII: Pariente extranjero)
Willa miró con ojos aturdidos la bonita habitación a la
que fue conducida. Los muebles eran de marfil y oro mate, las paredes, las
cortinas y el piso de un suave azul francés, y tenues luces con sombras rosas
brillaban delicadamente en muchos soportes.
El salón que había tomado como algo natural, le
impresionó el hecho de que no se diferenciaba mucho del gran hotel en Tampico,
pero esperar que viviera, se moviera y durmiera en esta habitación frágil,
asfixiante y abarrotada de muñecas, era impen- sable. Era suya, había dicho el ama de llaves; por lo tanto, la aprovecharía al máximo, a su manera.
Media hora más tarde, la criada se presentó en la
puerta de la señora Halstead exal- tada, al borde de la histeria.
- Por favor, señora, la señorita Murdaugh ha hecho
pedazos su habitación. Ha bajado las cortinas de las ventanas y están amontonadas
en un rincón junto a los cojines del chaise longue, ha movido la cama hacia las
ventanas y le quitó la colcha. Todas las sombras rosas están apagadas y los
muebles apilados contra la pared. La señorita Murdaugh me llamó hace un momento
para que sacara todas las cortinas y otras cosas de la habitación, y pensé que sería
mejor que usted viniera.
La señora Halstead dio un paso adelante, pero se
detuvo apretando ligeramente sus labios.
Douglas Grant: seudónimo de Isabel Egenton Ostrander
(Estados Unidos, 1883-1924).
(Traducido del inglés por Jules Etienne).
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