Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 22 de junio de 2020

Epidemias: LOS DEMONIOS DE LOUDUN, de Aldous Huxley

"... el precedente 22 de junio, habiendo dejado caer por equivocación el exorcista un poco de azufre ardiendo en la boca de la hermana Claire..."

(Fragmento del capítulo VII)

La epidemia de Loudun era una «enfermedad iatrogénica» producida y alimentada. por sus mismos médicos. 

La hermana Juana y las monjas, sus compañeras, habían tenido una educación religiosa desde su niñez y habían observado siempre una vida de perfecta castidad. Pues bien, como por vía de inducción, esas lecciones obraron a modo de un estímulo en su existencia creando dentro del cerebro y en la mente un centro psico-físico del cual habían de emanar las determinaciones con­tradictorias de irreligión y de obscenidad. Todas las colecciones de cartas espirituales abundan en referencias a aquellas horribles tentaciones contra la fe y contra la castidad y a las cuales se hallan sujetos muy especialmente los que buscan la perfección. Los buenos rectores de almas señalan que todas esas tentaciones son un rasgo normal y casi inevitable de la vida espiritual y que hay que cuidar que no ocasionen ningún mal que no pueda ser justificado. En tiempos ordinarios esos pensamientos y sentimientos negativos eran reprimidos y, si afloraban a la conciencia, rechazados por un esfuerzo de voluntad. Debilitada por alguna dolencia psicosomática y frenética a causa de su abandono o indulgencia con respecto a las fantasías de cosas irrealizables y prohibidas, la madre superiora perdió todo poder para controlar los indeseables resultados del proceso de la inducción. La conducta de los histéricos es contagiosa; por lo tanto, el ejemplo de la prio­ra fue seguido por las otras monjas. Muy pronto todo el convento se vio hundido y arrojado al paroxismo, profiriendo blasfemias y escupiendo obscenidades. En razón de una publicidad que se estimó había de ser favorable a las respectivas órdenes religiosas y a la Iglesia en general, o con la deliberada intención de mane­jar a las monjas como instrumento para la aniquilación de Grandier, los exorcistas hicieron cuanto estaba en su poder para alen­tar e incrementar el escándalo. Se forzó a las monjas a realizar las mayores extravagancias en público, fueron inducidas y animadas a blasfemar delante de distinguidos visitantes y a hacer los mayores disparates y los más disparatados desatinos. Hemos visto ya que a los comienzos de su dolencia la priora no creía ser víc­tima de posesión demoníaca. Sólo después que su confesor y los otros exorcistas le aseguraron reiteradamente que se hallaba repleta de demonios, la pobre sor Juana llegó por fin al convencimiento de que estaba endemoniada y de que su única preocupación desde entonces debía ser la de comportarse como tal. Y esto mismo ocurrió con alguna de las otras monjas.

Leemos en un libelo publicado en 1634 que la hermana Agnes se había dado cuenta en repetidas ocasiones, durante los exorcismos, de que ella no era una endemoniada. Pero los frailes le habían dicho que sí lo era y la habían obligado a seguir sometiéndose a aquellas ceremonias de expurgación. Y «el precedente 22 de junio, habiendo dejado caer por equivocación el exorcista un poco de azufre ardiendo en la boca de la hermana Claire, la pobre muchacha se retorció bañada en lágrimas diciendo que desde que le habían asegurado que se hallaba poseída por los demonios se encontraba dispuesta a creerlo, pero que no creía que mereciera ser tratada de aquel modo». Aquello, que comenzó espontáneamente como un acto de histeria, iba siendo completado por medio de la sugestión a cargo de Mignon, de Barré, de Tranquille y compañía. Todo fue muy bien comprendido a su tiempo. «Concedido que no hay engaño en el asunto -escribía el anónimo autor del libelo a que nos hemos referido-, ¿se sigue necesariamente que las monjas son posesas? Pero ¿no puede ser que en su locura y gracias a su imaginación disparatada ellas se crean poseídas cuando en realidad no lo están?» «Esto -continúa nuestro autor- puede acontecerles a las monjas por alguno de estos tres motivos: Primero: a causa de los ayunos, vigilias y meditaciones sobre el infierno y Satanás. Segundo: a consecuencia de alguna observación de su confesor; algo que les haga pensar que son objeto de tentación por parte del demonio. Y tercero: que el confesor, al darse cuenta de que ellas se comportan de manera extraña, imagine, en su ignorancia, que están poseídas o hechizadas, y luego por la influencia que ejerce sobre su pensamiento, las persuada de que es así.» En el presente caso la errónea creencia de la posesión era debida al tercero de los motivos. Lo mismo que los envenenamientos mercuriales y antimónicos de los primeros tiempos y los de azufre y las fiebres de los sueros de la época actual, así la epidemia de Loudun era una «enfermedad iatrogénica» producida y alimentada. por sus mismos médicos a quienes se consideraba como los restauradores de la salud de sus pacientes.


Aldous Huxley (Inglés fallecido en Estados Unidos, 1894-1963).

(Traducido al español por Enrique de Antón Cuadrado).

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