"... el precedente 22 de junio, habiendo dejado caer por equivocación el exorcista un poco de azufre ardiendo en la boca de la hermana Claire..."
(Fragmento del capítulo VII)
La epidemia de Loudun era una «enfermedad iatrogénica» producida y
alimentada. por sus mismos médicos.
La hermana Juana y las monjas, sus compañeras, habían
tenido una educación religiosa desde su niñez y habían observado siempre una
vida de perfecta castidad. Pues bien, como por vía de inducción, esas lecciones
obraron a modo de un estímulo en su existencia creando dentro del cerebro y en
la mente un centro psico-físico del cual habían de emanar las determinaciones
contradictorias de irreligión y de obscenidad. Todas las colecciones de cartas
espirituales abundan en referencias a aquellas horribles tentaciones contra la
fe y contra la castidad y a las cuales se hallan sujetos muy especialmente los
que buscan la perfección. Los buenos rectores de almas señalan que todas esas
tentaciones son un rasgo normal y casi inevitable de la vida espiritual y que
hay que cuidar que no ocasionen ningún mal que no pueda ser justificado. En
tiempos ordinarios esos pensamientos y sentimientos negativos eran reprimidos
y, si afloraban a la conciencia, rechazados por un esfuerzo de voluntad.
Debilitada por alguna dolencia psicosomática y frenética a causa de su abandono
o indulgencia con respecto a las fantasías de cosas irrealizables y prohibidas,
la madre superiora perdió todo poder para controlar los indeseables resultados
del proceso de la inducción. La conducta de los histéricos es contagiosa; por
lo tanto, el ejemplo de la priora fue seguido por las otras monjas. Muy pronto
todo el convento se vio hundido y arrojado al paroxismo, profiriendo blasfemias
y escupiendo obscenidades. En razón de una publicidad que se estimó había de
ser favorable a las respectivas órdenes religiosas y a la Iglesia en general, o
con la deliberada intención de manejar a las monjas como instrumento para la
aniquilación de Grandier, los exorcistas hicieron cuanto estaba en su poder
para alentar e incrementar el escándalo. Se forzó a las monjas a realizar las
mayores extravagancias en público, fueron inducidas y animadas a blasfemar
delante de distinguidos visitantes y a hacer los mayores disparates y los más
disparatados desatinos. Hemos visto ya que a los comienzos de su dolencia la
priora no creía ser víctima de posesión demoníaca. Sólo después que su
confesor y los otros exorcistas le aseguraron reiteradamente que se hallaba
repleta de demonios, la pobre sor Juana llegó por fin al convencimiento de que
estaba endemoniada y de que su única preocupación desde entonces debía ser la
de comportarse como tal. Y esto mismo ocurrió con alguna de las otras
monjas.
Leemos en un libelo publicado en 1634 que la hermana Agnes se había dado
cuenta en repetidas ocasiones, durante los exorcismos, de que ella no era una
endemoniada. Pero los frailes le habían dicho que sí lo era y la habían
obligado a seguir sometiéndose a aquellas ceremonias de expurgación. Y «el
precedente 22 de junio, habiendo dejado caer por equivocación el exorcista un
poco de azufre ardiendo en la boca de la hermana Claire, la pobre muchacha se
retorció bañada en lágrimas diciendo que desde que le habían asegurado que se
hallaba poseída por los demonios se encontraba dispuesta a creerlo, pero que no
creía que mereciera ser tratada de aquel modo». Aquello, que comenzó
espontáneamente como un acto de histeria, iba siendo completado por medio de la
sugestión a cargo de Mignon, de Barré, de Tranquille y compañía. Todo fue muy
bien comprendido a su tiempo. «Concedido que no hay engaño en el asunto
-escribía el anónimo autor del libelo a que nos hemos referido-, ¿se sigue
necesariamente que las monjas son posesas? Pero ¿no puede ser que en su locura
y gracias a su imaginación disparatada ellas se crean poseídas cuando en
realidad no lo están?» «Esto -continúa nuestro autor- puede acontecerles a las
monjas por alguno de estos tres motivos: Primero: a causa de los ayunos,
vigilias y meditaciones sobre el infierno y Satanás. Segundo: a consecuencia de
alguna observación de su confesor; algo que les haga pensar que son objeto de
tentación por parte del demonio. Y tercero: que el confesor, al darse cuenta de
que ellas se comportan de manera extraña, imagine, en su ignorancia, que están
poseídas o hechizadas, y luego por la influencia que ejerce sobre su
pensamiento, las persuada de que es así.» En el presente caso la errónea
creencia de la posesión era debida al tercero de los motivos. Lo mismo que los
envenenamientos mercuriales y antimónicos de los primeros tiempos y los de
azufre y las fiebres de los sueros de la época actual, así la epidemia de
Loudun era una «enfermedad iatrogénica» producida y alimentada. por sus mismos
médicos a quienes se consideraba como los restauradores de la salud de sus
pacientes.
Aldous Huxley (Inglés fallecido en Estados Unidos, 1894-1963).
(Traducido al español por Enrique de Antón Cuadrado).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario