"... y el olor del humo de la leña y de las hojas que se queman en el otoño."
(Fragmento del capítulo veinte)
(Fragmento del capítulo veinte)
La
noche era clara y su cabeza estaba tan fría y tan clara como el aire. Respiraba
el olor de las ramas de pino bajo su cuerpo, de las agujas de pino aplastadas y
el olor más vivo de la resina que rezumaba de las ramas cortadas. Y pensó:
«Pilar y el olor de la muerte. A mí, el olor que me agrada es éste. Este y el
del trébol recién cortado y el de la salvia con las hojas aplastadas por mi
caballo cuando cabalga detrás del ganado, y el olor del humo de la leña y de
las hojas que se queman en el otoño. Ese olor, el de las humaredas que se
levantan de los montones de hojas alineados a lo largo de las calles de
Missoula, en el otoño, debe ser el olor de la nostalgia. ¿Cuál es el que tú
prefieres? ¿El de las hierbas tiernas con que los indios tejen sus cestos? ¿El
del cuero ahumado? ¿El olor de la tierra en primavera, después de un chubasco?
¿El del mar que se percibe cuando caminas entre los tojos en Galicia? ¿O el del
viento que sopla de tierra al acercarse a Cuba en medio de la noche? Ese olor
es el de los cactus en flor, el de las mimosas y el de las algas. ¿O
preferirías el del tocino, friéndose para el desayuno, por las mañanas, cuando
estás hambriento? ¿O el del café? ¿O el de una manzana Jonathan, cuando hincas
los dientes en ella? ¿O el de la sidra en el trapiche? ¿O el del pan sacado del
horno? Debes de tener hambre.» Así pensó y se tumbó de costado y observó la
entrada de la cueva a la luz de las estrellas, que se reflejaban en la nieve.
Ernest Hemingway (Estados Unidos, 1899-1961).
Obtuvo el premio Nobel en 1954.
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