(Tercer acto, escena XV y final)
Dichos y Manuel; después, María Antonia
Manuel: Isabel, he conseguido que Pepe atienda a mis razones; está convencido de su error. Es él quien debe y desea ser perdonado; pero teme que María Antonia...
Isabel: No.
Carmen: ¡Dios mío! ¿María Antonia y Pepe?
Isabel: Sí; es tan difícil resignarse y esperar... María Antonia, hijos míos; ven, ven ahora a mis brazos, a los de tu padre... después, con tu esposo.
María Antonia: No, todo acabó; yo no perdono.
Isabel: Sí perdonarás..., para ser un día tan feliz como yo.
María Antonia: ¿Tú, tú eres feliz?
Isabel: Sí, muy feliz... ¿Verdad? Los amores alegres, los amores fáciles que sólo conocen la ilusión y el deseo ven deshojarse sus flores en una breve primavera; para el amor de la esposa, para los amores santos y fieles que saben esperar, son nuestras flores, flores tardías, las rosas de otoño; no son las flores del amor, son las flores del deber cultivadas con lágrimas de resignación, con aroma del alma, de algo eterno, ¿No es verdad, esposo mío?
Gonzalo: ¡Mi esposa santa! De rodillas para adorarte.
Isabel: ¡Ya lo ves, soy muy feliz! Son mis rosas de otoño.
(Telón).
Jacinto Benavente (España, 1866-1954).
Obtuvo el premio Nobel en 1922.
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