Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

miércoles, 3 de octubre de 2018

Otoño: JUAN CRISTÓBAL, de Romain Rolland

"Las coloradas manzanas brillaban como bolas de marfil."
 
(Fragmento del capítulo III: Ada)

Después del verano lluvioso vino un otoño resplandeciente. En los huertos abunda- ban las frutas. Las coloradas manzanas brillaban como bolas de marfil. Algunos árboles se revestían apresuradamente de su última y resplandeciente vestidura: color de fuego, color de fruta, color de melón maduro, de naranja, de limón, de sabrosos manjares y de carnes tostadas. Por todas partes brillaban en los bosques leonados fulgores, y las diáfanas flores de cólquico semejaban en las praderas llamitas de color de rosa.

En la tarde de un domingo bajaba Cristóbal de una colina, andando a paso largo, casi corriendo, impulsado por la pendiente. Iba cantando una frase cuyo ritmo le asediaba desde el principio del paseo. Iba muy colorado, desabrochado, moviendo los brazos y con mirar de loco, cuando en un recodo del camino se halló bruscamente en presencia de una joven alta y rubia que, subida en una tapia y tirando con todas sus fuerzas de una enorme rama de árbol, se hartaba golosamente de moradas ciruelas. Quedaron igualmente sorprendidos. Ella le miró asustada y con la boca llena; después soltó una carcajada. Él hizo otro tanto. La joven era de agradable aspecto, con su cara redonda a la que servían de marco sus cabellos rubios y algo rizados que formaban en torno suyo como un polvo de sol; sus mejillas eran llenas y sonrosadas, sus ojos grandes y azules, su nariz algo gruesa e impertinentemente respingada; su boca pequeña y muy colorada, enseñaba unos dientes blancos, fuertes y algo salientes, su barba era deliciosa y toda su persona alta, gruesa, bien formada y robusta. Él le gritó:

- ¡Buen provecho!
 

Romain Rolland (Francia, 1866-1944). Obtuvo el premio Nobel en 1915.

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