"... a la plaza de San Marcos, donde una nube de torcaces, pero mansísimas palomas, acude con la mayor desvergúenza a comer en la mano..."
(Fragmento del Epílogo)
I. Don Carlos
Nosotros proponemos y las circunstancias disponen. Pensé escribir estas líneas
en mi alojamiento del Hotel de la Luna, en
Venecia -de cuyas ventanas veía las ondas verdosas del Canalazzo morir besando
la escalinata del embarcadero, y desde el
cual, en cinco minutos y a pie, podía trasladarme a la plaza de San Marcos, donde
una nube de torcaces, pero mansísimas palomas, acude con la mayor desvergüenza a comer en la mano, y si uno se descuida, en
la boca del viajero, la ración de maíz-. Y
he aquí que estoy trazándolas en mi cuarto
de estudio, con vistas a la bahía de Marineda, sobre cuya superficie, que refleja el
azul plomizo del firmamento, se columpian
botes y esquifes, aunque graciosos, muy
diferentes de las venecianas góndolas.
No es lo peor escribir en Marineda impresiones recogidas al borde del Adriático,
sino hacerlo por vez segunda a causa de
extravío del primer original.
(...)
El objeto de mi viaje á Venecia no era
admirar la soñada ciudad de las lagunas,
con su doble collar de palacios y la inmortal poesía de sus calles de agua y sus góndolas finas y curvas como el puñal de Otelo. Conocía ya a la dogaresa: la había visto en todo su teatral esplendor, alumbrada
por millares de fuegos artificiales y por
guirnaldas de los clásicos farolillos, arrullada por serenatas melodiosísimas, y había
oido de noche, a la luz de la luna, en el
Gran Canal, la barcarola de I due Foseari,
que entonaban a voces solas los gondoleros. Mi propósito, al recorrer una vez más
la Italia del Norte, fué saludar y tratar á
D. Carlos de Borbón, duque de Madrid.
También le conocía, pero por breve audiencia obtenida en París el mismo año y el
mismo día en que visité a una especie de
monarca literario, rodeado de una corte
muy etique- tera: Víctor Hugo.
Emilia Pardo Bazán (España, 1851-1921).
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