Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 12 de agosto de 2021

Venecia: UN JARDÍN EN VENECIA, de Frederic Eden

"Sabes cuánto he ansiado tener un jardín, pero no hay tal cosa en Venecia."

(Fragmento)
 
Venecia es un lugar delicioso para el hombre, enfermo o sano. Me hallaba en un estado deplorable que me llevó a una deriva que se prolongó durante más de veinte años. Me sentía flotar en la góndola sin el sentimiento álgido o el enervamiento que me causaba la bañera o el coche. Ni ruidos, ni moscas, ni polvo. Un aire tan suave que apenas podía llamarse brisa. Un sol templado que rara vez quema; una luz, como un suave y blanco velo, que permite leer sin fatigarse. Un clima que invita al hombre a no hacer nada y que responde favorablemente a todo. Así que deberíamos habernos sentido dichosos de no hacer nada.
 
En Venecia no hay monotonía. De todos los lugares en la tierra es el más variable en cuanto a sus estados de ánimo. Esa variabilidad, que desespera a su aplicado estudioso, es la alegría de su ocioso amante. El pintor halla un objeto precioso, de hecho se hallan a su alrededor y en su primer día de trabajo, y tal vez en el segundo, le encantan las tonalidades captadas. Incluso aunque aconteciera un cambio que le hiciera dudar de la valía de su trabajo. La luz dorada ha tornado en plata, las sombras azules frescas nadan en el esplendor del cinquecento. Él debe alterar todo su esquema cromático o regresar a casa. El siguiente día puede ser incluso peor, siendo necesario aguardar varias semanas para elaborar el efecto que aún no había tenido tiempo de plasmar. Así que concluido el estudio pictórico de imágenes venecianas, que rara vez son elocuentes para quien conoce Venecia, pueden verse rápidos y encantadores bocetos, fieles al ojo y al gusto del artista. Para el hombre ocioso este cambio de estado de ánimo y de color debería significar la perfección. Nunca debería sentirse cansado, y rara vez lo hace, de la inconstancia de su amante. Cada día se mece por donde flotaba ayer. La laguna, la isla, ¡todos los edificios son iguales, pero diferentes! Las colinas Euganeas, o tal vez los Alpes, evocan a Shelley, o a la nieve, una línea distante de tierra firme que parece un marco de fino corte, las aguas aceradas de la laguna, permanecen ahora ocultas por la neblina. El Palacio Ducal, la cúpula de la Salute, que ayer se mostraba diáfana y terrenal, la gran campana de San Marcos -triste víctima de su propio peso y de la corrosión del tiempo- la casi tan hermosa campana de San Giorgio, cuyos limpios contornos destacaban sobremanera en el intenso ambiente azul, a diario nadan sobre las etéreas brumas doradas. Eso es todo, más un sueño que una realidad, más una imagen espiritual que un motivo para un sketch.
 
¡Ay! Instantes aberrantes sobrevienen a los fieles. El hombre nunca se siente enteramente satisfecho. Me imagino que Adán y Eva estaban realmente hartos del paraíso antes de cometer pecado. Y yo, como descendiente menor heredo el anhelo de actuar y, al ver que no puedo hacer nada, me siento también hastiado. Ojos saciados de la belleza del palacio y de la iglesia, del cielo y el mar, y mis nervios, entreabiertos con la perfección del descanso, se desataron una tarde más hermosa que las anteriores, y dije: "Estoy harto de toda esta agua". Estoy cansado del color rosa y gris, del azul y el rojo. Tengo sed de tierra seca y de árboles verdes, de arbustos con sus flores; de un jardín.
 
-¿Un jardín? -fue la respuesta. Sabes cuánto he ansiado tener un jardín, pero no hay tal cosa en Venecia.
 
Frederic Eden (Inglaterra, 1828-1916)
 
La ilustración corresponde al jardín del autor en la isla de Giudecca, conocido como Giardino Eden.

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