Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 21 de junio de 2014

Espejos (51): QUEDA DE CENIZA, de José Lezama Lima

"... viejos espejos habitados por lámparas erectas que no pueden inclinarse para descorrer los rostros..." 

IV 

Tu transparencia intocable muda las frondas
y deshace en las ventanas un jardín con ojos de interminable túnel.
El escondido sueño viene a doblar la arboleda,
a colocar en el espejo que se hunde sin despedirse
múltiples seres de pequeñas miradas tintineantes.
Las únicas miradas dueñas del anochecer recargado.
Las últimas frondas que caen como el cansancio del humo
y se despiden galantes en el crepúsculo de los cambiantes ardores.
En la medianoche de verano el ruiseñor y sus letargos
cierran todas las compuertas que conducen a los viejos espejos
habitados por lámparas erectas
que no pueden inclinarse para descorrer los rostros
que los espejos han enviado como burbujas hacia la luna.
La lámpara frente al espejo y el espantoso choque de las nubes
no podrán compararse a los paseos de muertos y vivientes
en torno al mismo lago del tedio,
donde los seres esconden sus huesos blandos
y sus lenguas crecidas en las excesivas frondas
ignoran que pueden volar mansamente por el cielo del paladar.
Pero la nostalgia de esta noche crecida
entre dos ríos breves, levemente impulsados,
es algo más que un fruncimiento de interpretación venturosa,
es un polvo que la noche propaga con manchas agrandadas,
o una arena incontenible que detiene tus pasos y tus últimas voces
al borde mismo de la noche extendida de una boca a otra boca.
 
 
 
José Lezama Lima (Cuba, 1910-1976) 

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