Vancouver: atardecer en la bahía al final de la primavera. (Fotografía de Jules Etienne).

jueves, 13 de junio de 2024

Mirándolas dormir: EL MAR DE LAS SIRTES, de Julien Gracq

"... subiéndose siempre la sábana con un rápido gesto de frío (...) parecía alejar de ella la inminencia de una ola enorme."

(
Fragmento de Nochebuena)

A veces la observaba durmiéndose a mi lado, apartándose insensiblemente de mí como de una orilla, alejándose mar adentro con una respiración más amplia y como arrollada por una ola de fatiga dichosa; se distanciaba de mí, subiéndose siempre la sábana con un rápido gesto de frío; el hombro, por el que se escurría su cabellera de ahogada, levantaba la sábana y parecía alejar de ella la inminencia de una ola enorme; la sepultaba la gran extensión solemne de la cama, se la llevaba con todo su caudal silencioso; junto a ella, apoyado en un codo, tenía la impresión de ver emerger de ola en ola, entre dos aguas, el derivar de aquella cabeza cada vez más pesada, más perdida y lejana. Miraba a mi alrededor con una sensación repentina de frío y soledad, bajo la luz cenicienta de claraboya triste que flotaba en la estancia con la reverberación del canal; me parecía que el flujo que me llevaba acababa de retirarse hasta su límite más bajo y que la habitación se vaciaba poco a poco por el agujero negro de aquel sueño poblado de pesadillas. Vanessa, con su impudor altivo y su despreocupación de princesa, nunca cerraba las altas puertas de su cuarto; en la semioscuridad que caía como una fina ceniza del rescoldo de aquellas breves jornadas, quebrantados los miembros y lleno de congoja el corazón, me parecía sentir en la piel desnuda como un soplo frío que atravesaba todas aquellas salas altas y destartaladas; era como si nos hubiera dejado allí el torbellino de un saqueo, agazapados en un rincón, como si, a pesar mío, escucharan mis oídos en la oscuridad, intentando sorprender a lo lejos, desde el fondo de aquel silencio vigilante de ciudad sitiada, la ráfaga de una cacería salvaje. Un malestar me obligaba a ponerme en pie en mitad del cuarto; me parecía sentir entre los objetos y yo algo así como un imperceptible incremento de distancia y el leve retroceso de una hostilidad insalvable y triste; buscaba a tientas un apoyo familiar que le fallaba de pronto a mi equilibrio, así como se abre un vacío ante nosotros en medio de amigos enterados ya de una mala noticia. Mi mano, a pesar suyo, estrechaba el hombro de Vanessa, que despertaba amodorrada de su sueño; debajo de mí, en su rostro inclinado hacia atrás, veía flotar sus ojos de un gris más pálido, como acurrucados al fondo de una curio- sidad oscura y dormida -aquellos ojos me aprisionaban, me arrastraban como a un buceador hacia sus reflejos viscosos de aguas profundas-; se abrían sus brazos y me asían a tientas en la oscuridad; y yo me hundía con ella en el agua plomiza de un estanque triste con una piedra atada al cuello.

Julien Gracq: Louis Poirier
(Francia, 1910-2007).

(Traducido al español por José Escué).

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