(Fragmento final)
- Sí. ¿Es el 12.687? Quería hablar con los reyes magos.
- …
- ¿Eh? Sí. Soy Maruja Moncada. ¿Eh?… Sí. Velázquez, 66. ¿No están los señores reyes
- ¿?…
- Lo mismo me da. No siendo el negro, porque me asusta, que se acerque el que
quiera.
- …
- Buenas noches, don Gaspar. Soy Maruja Moncada, una niña muy buena, muy buena.
Y quería muchos juguetes para el día seis. ¿Eh? Bueno, tome usted… ¡Ay,
perdone! A los reyes, ¿cómo se les dice?
- …
- Muy bien… Pues, entonces, mire usted, Majestad. Yo quería un teatro que he
visto, que es casi de tamaño natural, y en que los cómicos están vestidos de
verdad; quiero también un automóvil de ésos que andan, una muñeca vestida de
napolitana, un sol- dado alemán de esos que se caen al suelo y no se rompen…
- …
- No; espere usted, Majestad don Gaspar, que no he terminado. Una camita dorada
con una muñeca dentro, un costurero que tenga agujas y carretes y un tigre.
- …
- Sí, Majestad. Un tigre, como el que tiene Lolita Revuelta, y que se le da
cuerda y mueve la cabeza así. ¿Ve usted cómo la muevo yo? ¡Pues así!
- …
- Nada más. ¡Ah! Y que se abrigue usted mucho, señor rey, cuando me traiga los
juguetes. Esta calle de Velázquez es muy fría. ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Ah! Déle usted
un beso al otro señor rey.
- …
- No. Al negro no, que me asusta.
Bajó, satisfecha, de los cuatro tomos del diccionario, volvió a colocarlos en
su sitio, apagó la luz y salió al pasillo. Iba gozosa, ilusionada con el feliz
éxito de la entrevista. Estrechando contra su corazón a la muñeca japonesa, le
decía:
- Tú, cállate. No digas nada de esto. Es un secreto, ¿sabes?
Y de pronto el timbre del teléfono la estremeció. Vibraba terco, persistente.
Maruja corrió otra vez al despacho. De nuevo la acometía el temor de que se
desperta- ra miss Ada o acudiera Pedro.
- ¡Ya va! ¡Ya va! ¡Cállese usted, señor rey!
Lo decía mientras daba vuelta a la llave de la luz, mientras cerraba la puerta
y cogía los cuatro tomos del diccionario y subía sobre ellos.
- ¿Quién es?
- ¿Es en casa del señor Moneada?
Le pareció la voz del rey Gaspar.
- Sí, señor. ¿Y usted quién es?
- El gerente del Bazar mundial. Mire. Aquí ha llamado hace un
momento la hija del señor Moncada, encargándonos varios juguetes para que los
llevemos a ustedes como si los dejaran los reyes magos. ¿Me oye?
- Sí… Siga usted…
- Bien. Pues como quiera que todos esos juguetes son de los más caros, y que el
importe total asciende a mil cuatrocientas setenta y cinco pesetas, hemos
querido consultar antes con el señor Moncada si estaba conforme con ello. Luego
irá uno de nuestros dependientes a visitar al señor para… ¡Oiga! ¡Central!
¡Central!… ¿Me oye?…
No. Maruja ya no escuchaba. Maruja había dejado el teléfono y de bruces sobre
los diccionarios lloraba amargamente.
El timbre seguía sonando imperioso, terco. Ya no importaba que se despertara miss Ada, que acudiera Pedro. ¡Mejor! Así podría
decirles a todos que la habían engañado miserablemente, que los reyes magos no
existían…
José Francés (España, 1883-1964).
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