Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 12 de marzo de 2022

Día de reyes: LOS SEIS REYES MAGOS, de John Flanders

"La tripulación de La Belle Pálagie desembarcó..."

(Fragmento)

Llegó el día de Año Nuevo. La tripulación de La Belle Pélagie desembarcó, se emborra- chó en casa de Barkis y volvió con la noticia de que el misionero no volvería hasta mediados de enero... o Saint-Glin-Glin.

Pierrot se estaba consumiendo visiblemente. Sus labios azules cubiertos de ampollas solo dejaban pasar palabras incoherentes y una falta de aliento que ya sonaba como un sonajero. La tristeza del capitán Botte se convirtió en ira. No podía permitir que Dios, si lo había, dejara morir a este pobre niño, lejos de su familia, en una isla per- dida.

- Capitán... ¡Pierrot está preguntando por usted! Está muy mal, usted lo sabe.

Botte, que vagaba como un alma en pena por la cubierta, dejó caer su pipa y subió corriendo. Encontró al grumete muy tranquilo, casi sonriente, pero pálido como la tiza.

- Esta noche... el frijol... ¡los Reyes! -susurró.

- ¡Ah, diablos!... -gruñó Botte-, lo había olvidado. Hoy es 6 de enero... ¡Epifanía! Y le prometí…

Por el ojo de buey vio que el cielo se volvía malva, anunciando la rápida noche del trópico, y murmuró una maldición entre dientes.

- Está bien, pequeño -dijo, volviéndose hacia el niño-, ¡esta noche celebraremos a los Reyes!

Pierrot le dio las gracias con un ligero movimiento de cabeza y se durmió.

- ¡Aquí estoy yo teniendo que pedirles a estas momias que me echen una mano! -se quejó Botte-. Qué trabajo...

Fue a pedirle a Lou un panqueque con un frijol. Gracias a Dios no era la harina lo que faltaba a bordo. Pero, ¿y los Reyes...?

El capitán y la imaginación nunca habían deambulado juntos por la vida, y Botte se sentía muy apesadumbrado cuando de repente sus ojos se posaron en los marineros Manders, Ridge y Apeka, quienes jugaban a las cartas en cubierta.

- Por mi primera pipa, aquí están mis Reyes..."-exclamó, con gran alegría en su corazón. Manders, que era el más inteligente de los tres, recibió instrucciones muy concretas: ir a Barkis, pedirle que alquilara un oropel adecuado para los Tres Reyes Magos y volver a bordo para desempeñar ese papel.

Un momento después, Botte los oyó alejarse por el muelle, gritando una tonta salmodia marinera.

Había llegado la noche; una enorme estrella fugaz se desprendió de la bóveda celeste y se perdió en el mar.

- La estrella… -murmuró Botte-, ¡Bah, momias!

Bajó a la habitación del enfermo.

No hacía falta ser un erudito para darse cuenta de que la fiebre isleña pronto vencería a Pierrot.
***

Botte se impacientó porque sus tres marineros no regresaron.

- Los encadenaré -se quejó.

Lou había colocado un panqueque espeso y humeante junto a la cama del paciente, pero Pierrot no le prestó atención. Sus ojos abiertos de par en par parecían fijos, más allá de las cosas, en imágenes temibles.

Botte, furioso, volvió a cubierta y de repente su rostro se iluminó. En el muelle, los Reyes avanzaron, vestidos de oro y púrpura, majestuosos bajo la luna creciente. ¡Ah, Barkis lo había hecho muy bien!

Mientras se felicitaba a sí mismo, Botte se preguntó de dónde había sacado el cantinero unos abrigos tan magníficos. Tampoco podía dejar de ver a sus marineros tan dignos, tan solemnes, tan llenos de majestad.

- ¡Vamos, Manders, Ridge, Apeka! -susurró-. "¡Vengan rápidos!

Literalmente los empujó hasta la habitación de Pierrot.

- ¡Hola, Pierrot!... Aquí están tus Reyes... ¡Mira qué hermosos son!

El grumete se incorporó y soltó un gran grito de alegría.

Los Reyes Magos se arrodillaron junto a su litera.

***

- Una serpiente en una botella... oh... oh!

Las voces de borrachos subieron desde el muelle, repitiendo la canción inepta.

Botte, que ya no entendía nada, corrió hacia el puente. Tres tipos ridículos, blandien- do una estrella de oropel en la punta de un palo, se tambalearon hacia La Belle Pélagie, vestidos con sucios harapos rojos y verdes.

- Manders... Ridge... ¡qué significa esto! -tartamudeó Boot.

Manders se derrumbó borracho en el muelle, arrastrando a sus dos compañeros con él. La estrella cayó al agua.

- ¡Entonces, los Reyes! -hipó el capitán.

Abrió la puerta del dormitorio. Los Reyes ya no estaban allí, pero la luz de la lámpara suspendida del cardán, caía sobre el rostro sonriente y apacible de Pierrot.

- Dios mío, qué guapo es... -sollozó el viejo marinero.

De repente creyó entender.

- Los Reyes... los verdaderos Magos... mi dulce Señor, ¡vinieron por él!

Entonces el capitán, ese incrédulo, cayó de rodillas.

John Flanders:
Jean Raymond Marie de Kremer (Bélgica, 1867-1964).

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