"... y la gran estrella se detuvo sobre vosotros. ¿Y qué hicisteis? Os detuvisteis para visitar al rey Herodes."
(Fragmento del capítulo XI: Epifanía)
Para la Epifanía recuperó fuerzas y la víspera
partió para emprender en litera el accidentado camino de cinco millas hasta el
templete de la Natividad. No había una gran muchedumbre de peregrinos. Macario
y su gente celebraban la Epifanía en su propia iglesia. Sólo la recibió la
pequeña comunidad de Belén y la llevó al cuarto que le habían preparado. Allí
descansó dormitando hasta que una hora antes del amane- cer la llamaron y la
llevaron bajo las estrellas a un establo-cueva donde le hicieron sitio en el
lado de las mujeres de la pequeña y apretada congregación.
La baja cámara estaba llena de lámparas y el aire se
había enrarecido. Unas argenti- nas campanadas anunciaron la llegada de tres
monjes barbudos y revestidos que, como los reyes de otro tiempo, se postraron
ante el altar. Entonces empezó una larga liturgia.
Elena sabía poco griego y sus pensamientos no estaban
en las palabras ni en ningu- na otra parte de la escena inmediata. Olvidó hasta
su búsqueda y estaba como muerta para todo excepto el niño en pañales, de hacía
mucho tiempo, y los tres reyes magos que llegaron de tan lejos para adorarlo.
«Éste es mi día -pensó- y ésta es mi gente».
Tal vez percibía que su fama, como la de aquéllos,
viviría en un histórico acto de devoción; que también ella había emergido de
una especie de οντοπια o reino innominado y se esfumaría como ellos en el fuego encendido en
un cuarto de niños y entre libros ilustrados y juguetes.
«Como yo -les dijo a los reyes magos-, tardasteis en
venir. Los pastores, y hasta el ganado, llevaban ya mucho tiempo aquí y se
habían unido al coro de ángeles mientras vosotros estabais en camino. Para
vosotros se relajó la primordial disciplina de los cielos y brilló entre las
desconcertadas estrellas una nueva luz desafiante... ¡Cuán laboriosamente
vinisteis, tomando vistas y calculando, mientras que los pastores corrían
descalzos! ¡Qué aspecto más raro teníais en el camino atendidos por libreas de
tierras extrañas, cargados con regalos absurdos!... Al cabo llegasteis al fin
de vuestra peregrinación y la gran estrella se detuvo sobre vosotros. ¿Y qué
hicisteis? Os detuvisteis para visitar al rey Herodes. En vuestro fatal
intercambio de cumplidos empezó aquella guerra no terminada del populacho y de
magistrados contra el inocente... Con todo, vinisteis, y no os hicieron volver.
También vosotros encontrasteis sitio ante el pesebre. Vuestros regalos no eran
necesarios, pero fueron aceptados y puestos cuidadosamente porque fueron
traídos con amor.
Evelyn Waugh
Arthur Evelyn St. John Waugh (Inglaterra, 1903-1966).
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