Para un mexicano, lo antes que llegue la muerte, mejor. En este sentido suenan las canciones populares de "la vida no vale nada", "la vida nos ha curado de espantos".
La fascinación por la muerte se presenta mejor que nunca el 2 de noviembre de cada año. Este día se celebra el día de los difuntos y parte del hermetismo mexicano y de la fuerza con la que tratan de romperlo. Las fiestas van hacia la sustancia del hombre. Así que, si el mexicano se burla de la muerte, si la caricaturiza, es solamente una muestra de su indiferencia hacia la vida. El día de los difuntos, las calles se llenan con quioscos que venden calaveras, tumbas de chocolate, el pan en forma de huesos, se cantan canciones relacionadas con la muerte. En las escuelas se organizan competencias de quién logra transformar su salón en el mejor cementerio. Como si la muerte tuviera carácter nacional o como si fuera el orgullo nacional que puede ser deshonrado sin que, necesariamente, pierda su peculiaridad.
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Juan Rulfo, al igual que Octavio Paz, entienden la muerte de la misma manera. Para ambos es algo omnipresente en la realidad mexicana. Es algo que no termina la vida del ser humano. Al contrario, puede convertirse en un principio de algo nuevo. Según Paz, los mexicanos deberían volver a sus raíces y entender el significado de la muerte tal como lo hacían sus antecesores, deberían renunciar a la tendencia que prevalece en las culturas occidentales. Y así, a través de la muerte empezar a dominar su propia vida. La vida que junto con la muerte forman parte del tiempo mítico. Del mismo tiempo mítico en el que coexisten los dos mundos de Juan Rulfo, el mundo de los vivos junto al mundo de los muertos.
Monika Zrůstová (República Checa).
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