"... la idea fue suya; primero se le ocurrió lo del ferrocarril..."
(Fragmentos de El sonido y la furia, Los invictos, Las palmeras salvajes y Desciende Moisés, en los que se hace referencia al mes de agosto)
"Las farolas de la calle bajaban por la colina luego subían hacia el pueblo pisé el vientre de mi sombra. Si extendía la mano sobresaldría. sintiendo a mi padre a mi espalda más allá de la estridente oscuridad del verano y de Agosto las farolas de la calle Padre y yo protegíamos a las mujeres unas de otras de ellas mismas nuestras mujeres. Así son las mujeres no adquieren conocimiento de otras personas para eso estamos nosotros ellas nacen con una práctica fertilidad para la sospecha que da fruto de vez en cuando y normalmente con razón tienen una cierta afinidad con el mal para procurarse aquello de lo que el mal carezca para rodearse instintivamente de ello como tú te arropas entre sueños fertilizando la mente hasta que el mal logra su propósito tanto si existía como si no Venía entre dos de primer curso. No había acabado de recuperarse del desfile, porque me saludó, como si fuera un oficial de alto rango." (El sonido y la furia, página 40).
"En que otra cosa puedo pensar en qué otra cosa he pensado El muchacho salió de la calle. Saltó una cerca de estacas sin volver la mirada y cruzó la pradera hasta un árbol y dejó la caña y trepó hasta las primeras ramas y se sentó allí de espaldas a la carretera y el sol moteando inmóvil su camisa blanca. En que otra cosa he pensado ni siquiera puedo llorar morí el año pasado te lo dije pero entonces no sabía lo que quería decir no sabía qué estaba diciendo Algunos días a finales de agosto son en casa como éste, el aire fino y anhelante como éste, habiendo en él algo triste y nostálgico y familiar. El hombre la suma de sus experiencias climáticas, dijo Padre. El hombre la suma de lo que te dé la gana. Un problema de propiedades impuras tediosamente arrastrado hacia una inmutable nada: jaquemate de polvo y deseo. Pero ahora sé que estoy muerta te lo aseguro" (El sonido y la furia, página 53).
"Era el verano pasado, en agosto, y padre acababa de derrotar a Redmond para la legislatura del Estado. El ferrocarril ya estaba acabado, y la asociación entre padre y Redmond se había disuelto hacía tanto tiempo que la mayoría de la gente habría olvidado que fueron socios alguna vez si no fuera por la enemistad que existía entre ellos. Habían tenido un tercer socio, pero apenas recordaba nadie su nombre; él y su nombre se habían esfumado en la furia del combate que se entabló entre padre y Redmond casi antes de que empezaran a ponerse los rieles, entre el implacable autoritarismo y la voluntad de dominio de padre (la idea fue suya; primero se le ocurrió lo del ferrocarril, y luego metió a Redmond en el asunto), y aquella cualidad de Redmond (como decía George Wyatt, no era un cobarde, o padre jamás se habría asociado con él) que le permitía soportar todo lo que padre le hacía, aguantando, aguantando, aguantando hasta que algo (ni su voluntad ni su valor) se rompió en él." (Del episodio Un olor a verbena*, en Los invictos).
"Era el anochecer, en el cálido agosto, los anuncios de neón brillaban parpadeando entre cadavéricos e infernales sobre los rostros en la calle y también sobre los de ellos mientras caminaban, ella todavía cargando las dos costillas envueltas en el grueso y pegajoso papel de la carnicería. Antes de llegar a la esquina se toparon con McCord." (Las palmeras salvajes, página 88).
"Así que el viajante se apoyó sobre la cerca de la finca, en la luminosa mañana de agosto, mientras Lucas caminaba colina arriba y subía los gastados escalones, al lado de los cuales se hallaba una potranca de brillante pelaje, con tres patas calzadas y una mancha en la frente y una pesada y cómoda silla sobre el lomo, y entraba en el economato. Allí, en un escritorio de tapa corrediza situado junto al ventanal frontal, en medio de hileras de estantes con latas de tabaco y de comida y específicos médicos, de ganchos de los que pendían cadenas para tirantes de caballerías y colleras y horcates, el amo escribía en un libro mayor. Lucas permaneció de pie, en silencio, mirando la nuca del hombre blanco; al cabo, éste miró en torno y Lucas dijo: -Ha venido." (Desciende Moisés, página 41).
"... y en su suelo, en su polvo de agosto claro, liviano y seco como harina, la larga huella semanal de cascos y de ruedas había sido borrada por los pausados zapatos de paseo del domingo, bajo los cuales, en alguna parte, eclipsadas pero no idas, fijas y contenidas en el polvo apelmazado, se hallaban las delgadas huellas, de dedos gruesos y planos, de los pies descalzos de su esposa..." (Desciende Moisés, página 56).
William Faulkner (Estados Unidos, 1897-1962). Obtuvo el premio Nobel en 1949.
* Un olor a verbena es el único de los siete episodios que se reunieron en Los invictos que no había sido editado previamente y fue escrito por Faulkner para conformar la novela. Los demás aparecieron publicados entre 1934 y 1936; cinco de ellos en el Saturday Evening Post mientras que el otro restante en Scribner's.
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