Recordando el precepto de su madre
Venus, empieza el dios a borrar poco a poco la imagen de Siqueo, y prueba a
inflamar en vivo amor aquel espíritu, por tanto tiempo sosegado, y aquel
corazón, ya desacostumbrado de amar. Acabado el primer servicio y levantadas
todas las mesas, traen las grandes copas y las llenan de vino hasta los bordes;
empieza el estrépito y retumba la gritería por los espaciosos atrios; las
lámparas encendidas penden de los dorados artesones, y vencen con sus luces la
oscuridad de la noche. Pidió en esto la Reina una copa muy maciza de oro y
piedras preciosas, y la llenó de vino: copa de que habían usado Belo y todos
sus descendientes; y en medio del silencio general, "¡Oh Júpiter, exclamó
(pues es fama que dictas leyes para el ejercicio de la hospitalidad), dispón
que este día sea igualmente feliz para los Tirios y para los arrojados de
Troya, y que nuestros descendientes celebren su memoria! Asístenos también, ¡Oh
Baco, dador de la alegría! y tú, ¡Oh bondadosa Juno! y vosotros, ¡Oh Tirios!
regocijaos y favoreced también a nuestros huéspedes!" Dijo, y derramó en
la mesa la ofrenda del vino, y la primera acercó apenas la copa a sus labios;
luego se la pasó a Bicias, provocándole a beber; él, nada perezoso, apuró la
espumante copa de oro y se bañó en vino toda la cara; en seguida bebieron los
demás magnates. El crinado Iopas pulsa la áurea cítara, que le enseñó a tocar
el grande Atlante, y canta las mudanzas de la luna y los eclipses del sol, el
origen del linaje humano y de los brutos; de dónde nacen el agua y el fuego, y
Arturo y las lluviosas Hiadas y las dos Osas; por qué el sol en invierno se
apresura tanto a ir a bañarse en el Océano, y por cuál causa son entonces tan
largas las noches. Prorrumpen en aplausos los Tirios y siguen su ejemplo los
Troyanos. También la desventurada Dido pasaba la noche entretenida en varias
pláticas, y en ellas bebía raudales de amor, preguntando a Eneas mil cosas de
Príamo, mil de Héctor; qué armas llevaba el hijo de la Aurora, por qué eran tan
famosos los caballos de Diomedes, cuán grande era el esfuerzo de Aquiles. Al
fin le dijo: "Cuéntanos, ¡Oh huésped! tomándolas desde su primer origen,
las insidias de los Griegos, las varias fortunas de los tuyos y tus propias aventuras,
en que llevas ya siete años de andar errante por todas las tierras y todos los
mares."
Publio Virgilio Marón: Publius Vergilius Maro (Imperio romano, 70 a. de C.-19 a. de C.)
(Traducido al español por Eugenio de Ochoa, versión en prosa).
La ilustración corresponde a Encuentro de Dido y Eneas, de Nathaniel Dance-Holland, 1766.
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