"El sol mexicano dejaría un paisaje desnudo bajo la lumbre."
(Fragmento del capítulo VII)
Este era el reino de la sombra, pero la luz era una
tortura peor para ella. En la oscuridad del sueño, ella se hundía en el tórrido
verano de las marejadas atlánticas, como se hundía en el calor de su propio cuerpo
dormido. Eran suyas la misma humedad de las márgenes del Potomac y la
vegetación mojada y lánguida, sólo en apariencia domesticada dentro de la
ciudad de Washington, que en realidad invadía hasta el último rincón de los
jardines perdidos, los estanques, los umbríos patios traseros cobijados por
techos de verde humedad, alfombrados con los capullos muertos del cornejo
blanco y el olor agridulce de los negros que se dejaban vivir a lo largo de la
canícula con una difusión de días de cuerpos sudorosos y rostros polveados con desgano.
A medio camino entre Washington y México, iba a
imaginar que había verano en Washington pero había luz en México. En su mente suspendida
entre la memoria y la previsión, ambas iluminaciones desnudaban el espacio
circundante. El sol mexicano dejaría un paisaje desnudo bajo la lumbre. El sol
del Potomac se convertiría en una neblina luminosa capaz de devorar los
contornos de los interiores, las salas, las alcobas, los espacios húmedos y
huecos de los sótanos apestosos donde las gatas se refugiaban para parir sus
ventregadas y la presencia desgastada de alfombras, muebles y ropajes viejos
que lograban permanecer en Washington mientras la gente llegaba o partía con
sus baúles, se reunían como fantasmas latentes y sin llama en medio de un denso aroma de musgo y naftalina.
Se preguntaba a veces: ¿Cuándo fui más feliz?
Carlos Fuentes (México, 1928-2012)
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