"A través de la claraboya, las casas brillaban como mica en el calor de la canícula."
(Fragmento)
Cuando llamó a la puerta, y está se abrió, no había nadie en la habitación, excepto Luisa. Se sintió como alguien que entra en una casa desconocida, para vender algo. Había un signo de interrogación en su voz, cuando dijo:
- ¿Luisa?
- ¡Henry! -exclamó ella, y agregó-: Entra.
Una vez adentro, no quedaba más remedio que besarse. Él evitó su boca; la boca revela tantas cosas, pero ella no se conformó hasta que le hizo girar la cara, para dejar sobre sus labios el sello del retorno.
- ¡Oh, querido, por fin he llegado!
- Has llegado -dijo él, tratando de recordar desesperadamente de recordar las frases que había ensayado.
- Han sido todas tan amables -explicó ella-. Se han ido para que yo pudiera recibirte a solas.
- ¿Tuviste un buen viaje?
- Creo que nos persiguieron una vez.
- Estaba muy inquieto -dijo él, y pensó: "Esta es mi primera mentira. Ya puedo zambullirme."
- Te eché tanto de menos -agregó.
- Fui una tonta, no debí irme, querido.
A través de la claraboya, las casas brillaban como mica en el calor de la canícula. El camarote tenía un fuerte olor a encerrado, a mujer, a polvos, a esmalte de uñas, a camisones.
- Bajemos a tierra -dijo él.
Pero ella lo detuvo unos instantes más.
- Querido -le dijo-, he tomado una serie de decisiones durante mi ausencia. Ahora todo será diferente. No te rezongaré más. Todo será diferente -repitió.
Él pensó, tristemente, que después de todo esa era la verdad. La árida verdad.
Graham Greene (Inglaterra, 1904-1991)
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