Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 26 de julio de 2016

Canícula: EL LIRIO EN EL VALLE, de Honoré de Balzac


 
(Fragmento)

- Cese, señora -dije a mi vez-, de querer justificar al conde; haré todo cuanto quiera. Me lanzaría al instante al Indre, si pudiese así cambiar el carácter del señor de Mortsauf y darle una vida feliz. Lo único que no puedo rehacer es mi opinión; nada se encuentra más sólidamente tejido en mí. Le daría mi vida, mas no le puedo dar mi conciencia; puedo no escucharla, ¿pero puedo impedirle hablar? Así, pues, en mi opinión, el señor de Mortsauf está…
 
- Lo comprendo -dijo ella, interrumpiéndome con insólita brusquedad-, tiene razón. El conde está nervioso como una coqueta -replicó para suavizar la idea de la locura, suavizando la palabra-, mas no está así sino con grandes intervalos, una vez, a lo más, por año, en la canícula. ¡Cuántos males ha causado la emigración! ¡Cuántas hermosas existencias perdidas! Estoy segura de que él habría sido un gran guerrero, honor de su país.

- Lo sé -le dije, interrumpiéndola a mi vez y haciéndole comprender que era inútil tratar de engañarme.

Ella se detuvo, posó una de sus manos sobre su frente y me dijo:

- ¿Quién lo ha introducido así en mi intimidad? ¿Acaso quiere Dios enviarme un socorro, una viva amistad que me sostenga? -replicó ella, apoyando su mano sobre la mía con fuerza-. Pues usted es bueno, generoso…

Alzó los ojos al cielo, como para invocar un visible testimonio que le confirmase sus secretas esperanzas, y las cifrase en mí. Electrizado por aquella mirada que lanzaba un alma a la mía, cometí, según la jurisprudencia mundana, una falta de tacto; mas ¿no es en ciertas almas huir generosamente ante un peligro, deseando prevenir un choque, temiendo de una desgracia que no llega, y, más frecuentemente aún, no es la brusca interrogación hecha a un corazón, un golpe dado para constatar si resuena al unísono? Muchos pensamientos se alzaron en mí como resplandores, y me aconsejaron lavar la mancha que maculaba mi candor, en el momento en que preveía una completa iniciación.

- Antes de ir más lejos -le dije con una voz alterada por palpitaciones fácilmente oídas en el profundo silencio en que estábamos inmersos-, permitidme purificar un recuerdo del pasado…

- Cállese -me dijo ella vivamente, poniéndome sobre los labios un dedo que retiró en seguida.

Honoré de Balzac (Francia, 1799-1850)

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