"Durante la primera mitad del mes cayeron unas heladas y tormentas de nieve como hacía años no se recordaban."
(Fragmento del capítulo IV)
(Fragmento del capítulo IV)
Se
contaban y se creían muchas cosas, pero el miedo era más fuerte que todo lo
demás. Así que el trabajo en el puente continuó a gran velocidad y sin
interrupciones ni obstáculos, y habría seguido si no fuera porque a principios
de diciembre se presentó un frío atroz contra el que el poder de Abid Agá nada
podía hacer.
Durante
la primera mitad del mes cayeron unas heladas y tormentas de nieve como hacía
años no se recordaban. La piedra se suelda con la tierra, la madera se
resquebraja. Una nieve menuda cristalina cubre todos los objetos, las
herramientas y las cabañas enteras; al día siguiente un viento caprichoso se la
lleva a otra parte y cubre otros paisajes. El trabajo cesa por sí mismo y el
miedo a Abid Agá se debilita para desvanecerse por completo. Abid Agá aún
intenta afrontarlo unos días, pero al final cede. Licencia a los trabajadores y
para las obras. Con la peor de las ventiscas montó a caballo y se fue con sus
hombres. El mismo día se fue tras él Tosun Efendi en un trineo rural lleno de
paja y de mantas, y el maestro Antonije en dirección contraria. Y todo el
campamento de siervos se desperdiga por los pueblos y los profundos valles,
desaparece imperceptible e inadvertidamente como el agua que la tierra absorbe.
Queda la construcción como un juguete abandonado.
Antes
de partir, Abid Agá volvió a convocar a los notables turcos del lugar. Estaba
abatido en su impotencia iracunda. Y al igual que el año anterior, les dijo que
lo dejaba todo en sus manos y bajo su responsabilidad.
-
Yo me voy, pero mi ojo se queda. Y tened mucho cuidado: mejor es que cortéis
veinte cabezas desobedientes que uno solo de los clavos del sultán se pierda.
En cuanto despunte la primavera, estaré de nuevo aquí y pediré cuentas a todo
el mundo.
Los
notables se lo prometieron todo, igual que el año anterior, y se fueron a sus
casas, preocupados y arrebujados en sus sayos, chalecos y bufandas,
agradeciendo a Dios en su interior que hubiera creado el invierno y las
ventiscas, poniendo así al menos con su poder un límite al de los poderosos.
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