"Se trata del carnaval de los espíritus y de los duendes."
El ojo sin párpado (L'oeil sans paupière, 1832), de Philaréte Chasles
(Fragmento)
En
esta noche se consulta al brujo de la aldea, y todos los espíritus traviesos
bailan por los páramos, atraviesan los campos cabalgando los tenues rayos de
luna. Se trata del carnaval de los espíritus y de los duendes. No hay cueva ni
peñasco que no celebre su fiesta y su baile; no hay flor que no se estremezca
al soplo de una ninfa; no hay mujer que no cierre cuidadosamente la puerta,
para que los spunkies
no roben los alimentos del día siguiente, ni estropeen con sus travesuras la
comida de los niños, que duermen abrazados en la misma cuna. Así era aquella
noche solemne, tejida de caprichosa fantasía y un secreto temor que subía por
las colinas de Cassilis.
"Me preguntaba si la superior belleza, que no había más remedio que conceder a la estatua..."
La Venus de Ille (La Vénus d'Ille, 1837), de Prosper Mérimée
(Fragmento)
– ¡Oh!, mi mujer se las arreglará seguramente. Creo
que estará muy contenta de tenerlo.
Mil doscientos francos en el dedo están muy bien. Este
otro anillo –añadió, mirando con satisfacción la sortija que llevaba en la
mano–, éste me lo dio una mujer en París un día de carnaval. ¡Ah! ¡Qué bien lo
pasé en París hace dos años! ¡Allí sí que se divierte uno!... –y suspiró con
nostalgia.
Aquel día íbamos a cenar a Puygarrig, a casa de los
padres de la novia. Montamos en una calesa y nos dirigimos al castillo, alejado
una legua y media de Ille. Fui presentado y acogido como un amigo de la
familia. No hablaré ni de la cena, ni de la conversación posterior, en la que
participé muy poco. Alphonse, sentado junto a su prometida, le decía algo al
oído cada cuarto de hora. Ella, apenas levantaba los ojos, y cada vez que le
hablaba su novio se sonrojaba tímidamente, pero le contestaba sin turbación.
La señorita de Puygarrig tenía dieciocho años; su
talle, esbelto y delicado, contrastaba con la constitución huesuda de su
robusto novio. No sólo era hermosa, sino también seductora. Me admiraba la
perfecta naturalidad de sus respuestas; y su aire de bondad, que, sin embargo,
no estaba exento de malicia, me recordó, a mi pesar, a la Venus de mi
anfitrión. En esta comparación, que hice para mí, me preguntaba si la superior
belleza, que no había más remedio que conceder a la estatua, no se debía en
gran parte a su expresión de tigresa; pues la energía, incluso en las malas
pasiones, excita siempre en nosotros un asombro y una especie de alucinación
involuntaria.
"... estábamos solos en un proscenio del baile de la Ópera."
El convidado de las últimas fiestas (Le convide des dernières fêtes,1874),
de Auguste Villiers de L'Isle Adam
(Fragmento)
Una tarde de Carnaval de 186..., C***, uno de mis amigos, y yo, por una circunstancia absolutamente debida a los azares del aburrimiento «ardiente y vago» estábamos solos en un proscenio del baile de la Ópera.
Hacía unos instantes que admirábamos, a través del polvo, el mosaico tumultuoso de las máscaras, aullando bajo las grandes arañas esplendentes y agitándose al compás de la batuta sabática de Strauss.
De pronto se abrió la puerta del palco; tres damas con un frufrú de seda se acercaron a nosotros y, después de quitarse los antifaces, nos dijeron:
- ¡Buenas noches!
Eran tres jóvenes de ingenio y belleza excepcionales.
Las habíamos encontrado a veces en el mundo artístico de París: Clio, la
Cenicienta, Antonie Chantilly y Annah Jackson.
-¿Venís aquí para aprender a beber junto a nosotros?
—les preguntó C***, rogándoles que se sentaran.
- ¡Oh! Íbamos a cenar solas, porque las gentes de esta
noche, horriblemente fastidiosas, han ensombrecido nuestra imaginación -dijo
Clio la Cenicienta.
- Sí; ya nos íbamos a ir cuando los hemos visto —dijo
Antonie Chantilly.
- Así, pues, venid con nosotras, si no tenéis cosa
mejor que hacer –concluyó Annah Jackson. - ¡Vivan la luz y la alegría! -respondió tranquilamente C***.
Philaréte Chasles (Francia, 1798-1873).
Prosper Mérimée (Francia, 1803-1870).
August Villers de L'Isle-Adam (Francia, 1838-1889).
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