Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

sábado, 20 de mayo de 2017

Carnaval: LA SEMANA ESCARLATA, de Francisco Tario

"Oh, un baile de carnaval -tan delicioso y sugestivo-."
 
(Fragmento)

La señorita Laura X, frondosa, jovial y despreocupada muchacha de diecinueve años, que habita una pequeña casa en los suburbios de la ciudad en compañía de su tío, el profesor de música Rómulo Pimentel, de cincuenta y ocho años, soltero, hipocondriaco, es llamada por teléfono a las diez en punto de la mañana. La voz del impaciente novio al audífono. Su voz de ella, a la recíproca. Oh, un baile de carnaval -tan delicioso y sugestivo-. Pero ya veremos. ¿Que aquella misma noche? No iba a ser fácil, así de golpe. Sin embargo, su tío accede, la señorita Laura va al peinador -localizado posteriormente por Galisteo-, ordena sus ropas, se baña, se limpia las uñas, se perfuma sus axilas y parte. Son las nueve y cuarenta y cinco de la noche. Una clara noche de luna. El baile es allá, a treinta calles de distancia, sobre el sector norte de la ciudad. El novio -bajo, rubio, petulante- luce una flor marchita en la solapa. Ella dice -lo recordaría, si viviera-:
 
- Qué flor tan estúpida has elegido. ¿Qué significa eso? -y ríe.
 
Él detiene un taxi y arroja la flor al pavimento. El ojal de su solapa permanece entreabierto, como un pardo ojo adormilado. Las avenidas obscuras. Todo huele bien. Y la señorita Laura y su novio se apean. Un parque privado. Suena la música. Pudieron beber más de la cuenta o no, mas bailaron como les permitieron sus fuerzas. Lindos jardines, igual que en las estampas de Viena: farolitos, serpentinas, claras fuentes por entre los macizos y tropeles de mamarrachos haciendo cabriolas. Laura se sentía transportada. Un vals.
 
- Creo que ya debiéramos marcharnos. Mi tío...
 
El novio luce ahora otra flor nueva y un trozo de serpentina. Ella, un plateado gorro de almirante. Transcurre el tiempo. Y de súbito, un disfraz ante ella: el enigma. ¿Quién es? ¿Cómo es? ¿Qué pretende? Tan divertido. La sigue a lo largo de toda la pieza. Por entre unos cartones lívidos y sucios, dos ojos apasionados y obscuros. El profesor duerme, la señorita Laura baila y el novio siente que una inefable espuma se le sube a la cabeza. La estrecha; linda, breve vida.
 
- ¿Salimos?
 
Ella comprende. Él es joven; también ella lo es. Siente un pájaro en el pecho. Joven, joven. Se instalan en una banca. Donde no haya estruendo. Él la atrae, tiene prisa.
 
- Bésame
 
¿Por qué no? Mas la señorita Laura advierte algo: un breve ruido de hojas a su espalda, un aliento. Se mueven unas ramas, no hay duda.
 
- ¿Qué tienes?
 
Miedo. Tiene miedo. Fueron demasiadas miradas durante aquella danza, demasiado entregarse con sus ojos al desconocido. Su novio ya no existe; existe alguien tras ella, amenazador e incomprensible. El dice:
 
- Pues iré a buscarte una copa de vino para que te animes. ¡Qué rara estás esta noche!
 
Cuando el novio desaparece, la cara gris se presenta. Ya lo sabía ella. Y que la toman así, por su tibio brazo, huyendo. Recuerda algo de golpe: los periódicos. Va a gritar, mas se lo impiden atenazándole la boca. Y un pensamiento fortuito:
 
“Van a asesinarme.” Besos, besos, a través del cartón humedecido. Labios fríos -sin vida, deduce ella-. No se entregará, si de esto se trata. Pierde el gorro de almirante, su novio no regresa con las copas. Se sofoca, la ahogan. Y comprende que su vida está en peligro.
 
- Dime, ¿no sientes la primavera?
 
Y algo helado, punzante, que le atraviesa el pecho. A poco, un liquido caliente que le desciende hasta el vientre. Fuente roja y abundante de la cual el asesino bebe. Me estoy muriendo —-dice, cree-. Palpa su sangre, ya sin fuerzas. Y se abandona. Mas al abandonarse, se desmaya. No obstante, tiene noción de que trisca la hierba porque no ha llovido en mucho tiempo y alguien escapa a toda prisa. Después, un embudo de rostros adustos en una sala desconocida. Giran, hablan, abren los ojos. Quieren saber algo; ella dice lo que puede:
 
- Chaleco -y se muere sobre la plancha.
 
Francisco Tario: Francisco Peláez (México, 1911-1977).

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