Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 22 de mayo de 2017

Carnaval: LA FALSA PISTA, de Henning Mankell

"... había recorrido el largo camino hasta Santiago de los Treinta Caballeros para asistir al carnaval."

(Fragmento del prólogo: República Dominicana, 1978)

La primera vez que vio a Dolores tenía veintiún años. Junto con su hermano Juan había recorrido el largo camino hasta Santiago de los Treinta Caballeros para asistir al carnaval. Juan, que era dos años mayor que él, ya había visitado la ciudad antes. Para Pedro era la primera vez. Habían tardado tres días en llegar. De vez en cuando algún carro tirado por bueyes les había llevado algunos kilómetros. Pero la mayor parte del trayecto la habían hecho a pie. En una ocasión intentaron ir de polizones en un autobús cargado hasta los topes que iba hacia la ciudad. Les descubrieron cuando en una parada intentaron subir a la baca para esconderse entre las maletas y los bultos. El chofer les ahuyentó, profiriendo palabrotas tras ellos. Les gritó que no debería existir gente tan pobre que no tuviese dinero ni siquiera para el billete del autobús.

 - Un hombre que lleva un autobús debe de ser muy rico -dijo Pedro cuando siguieron a lo largo del camino polvoriento que serpenteaba entre inacabables plantaciones azucareras.

 - Eres tonto -contestó Juan-. El dinero de los billetes va al dueño del autobús. No a quien lo conduce.

 -¿Quién es?-preguntó Pedro.

 -¿Cómo lo voy a saber? -respondió Juan-. Pero cuando lleguemos a la ciudad te voy a enseñar las casas en las que viven.

Finalmente llegaron. Fue un día de febrero y toda la ciudad vivía en el violento torbellino del carnaval.

Enmudecido, Pedro veía las ropas abigarradas con espejos brillantes cosidos en las costuras. Al principio, las máscaras que parecían diablos o animales le habían asustado. Era como si toda la ciudad se balanceara al ritmo de miles de tambores y guitarras. Juan le condujo con su experiencia por las calles y callejuelas. De noche dormían en unos bancos en el parque Duarte. Pedro estaba muy angustiado ante la idea de que Juan desapareciese entre la muchedumbre. Se sentía como un niño que temía perder a su padre. Pero no lo demostraba. No quería que Juan se riese de él.

Sin embargo, eso fue lo que ocurrió. Era la tercera noche, la que iba a ser la última. Estaban en la calle del Sol, la más larga de la ciudad, cuando, de repente, Juan desapareció entre el gentío disfrazado que bailaba. No habían decidido ningún lugar de encuentro donde reunirse si se perdían. Estuvo buscando a Juan hasta altas horas de la madrugada, sin encontrarlo. Tampoco le encontró entre los bancos del parque donde antes habían dormido. Al amanecer Pedro se sentó junto a una de las estatuas de la plaza de la Cultura. Bebió agua de una fuente para apagar la sed. Sin embargo, no tenía dinero para comprar comida. Pensó que lo único que podía hacer era intentar encontrar el camino de vuelta a casa. Para calmar el hambre, podría entrar a escondidas en alguna de las numerosas plantaciones de plátanos que había en las afueras de la ciudad.

De pronto advirtió que alguien se había sentado a su lado. Era una joven de su misma edad.

Enseguida pensó que era la más guapa que había visto jamás. Cuando ella le miró, él, avergonzado, bajó la mirada. De reojo vio cómo se quitaba las sandalias y se frotaba los pies doloridos.

De esa manera había conocido a Dolores. Muchas veces después habían hablado de cómo la desaparición de Juan en el tumulto del carnaval y los pies doloridos de Dolores les habían unido.

Permanecieron sentados junto a la fuente y empezaron a hablar.
 

Henning Mankell (Suecia, 1948-2015)

La ilustración corresponde al carnaval en Santiago de los Treinta Caballeros, República Dominicana.

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