"... había recorrido el largo camino hasta Santiago de los Treinta Caballeros para asistir al carnaval."
(Fragmento del
prólogo: República Dominicana, 1978)
La primera vez que vio a Dolores tenía veintiún años.
Junto con su hermano Juan había recorrido el largo camino hasta Santiago de los
Treinta Caballeros para asistir al carnaval. Juan, que era dos años mayor que
él, ya había visitado la ciudad antes. Para Pedro era la primera vez. Habían
tardado tres días en llegar. De vez en cuando algún carro tirado por bueyes les
había llevado algunos kilómetros. Pero la mayor parte del trayecto la habían
hecho a pie. En una ocasión intentaron ir de polizones en un autobús cargado
hasta los topes que iba hacia la ciudad. Les descubrieron cuando en una parada
intentaron subir a la baca para esconderse entre las maletas y los bultos. El
chofer les ahuyentó, profiriendo palabrotas tras ellos. Les gritó que no
debería existir gente tan pobre que no tuviese dinero ni siquiera para el
billete del autobús.
- Un hombre que lleva un autobús debe de ser muy
rico -dijo Pedro cuando siguieron a lo largo del camino polvoriento que
serpenteaba entre inacabables plantaciones azucareras.
- Eres tonto -contestó Juan-. El dinero de los
billetes va al dueño del autobús. No a quien lo conduce.
-¿Quién es?-preguntó Pedro.
-¿Cómo lo voy a saber? -respondió Juan-. Pero
cuando lleguemos a la ciudad te voy a enseñar las casas en las que viven.
Finalmente llegaron. Fue un día de febrero y toda la
ciudad vivía en el violento torbellino del carnaval.
Enmudecido, Pedro veía las ropas abigarradas con
espejos brillantes cosidos en las costuras. Al principio, las máscaras que
parecían diablos o animales le habían asustado. Era como si toda la ciudad se
balanceara al ritmo de miles de tambores y guitarras. Juan le condujo con su
experiencia por las calles y callejuelas. De noche dormían en unos bancos en el
parque Duarte. Pedro estaba muy angustiado ante la idea de que Juan
desapareciese entre la muchedumbre. Se sentía como un niño que temía perder a
su padre. Pero no lo demostraba. No quería que Juan se riese de él.
Sin embargo, eso fue lo que ocurrió. Era la tercera
noche, la que iba a ser la última. Estaban en la calle del Sol, la más larga de
la ciudad, cuando, de repente, Juan desapareció entre el gentío disfrazado que
bailaba. No habían decidido ningún lugar de encuentro donde reunirse si se
perdían. Estuvo buscando a Juan hasta altas horas de la madrugada, sin
encontrarlo. Tampoco le encontró entre los bancos del parque donde antes habían
dormido. Al amanecer Pedro se sentó junto a una de las estatuas de la plaza de
la Cultura. Bebió agua de una fuente para apagar la sed. Sin embargo, no tenía
dinero para comprar comida. Pensó que lo único que podía hacer era intentar
encontrar el camino de vuelta a casa. Para calmar el hambre, podría entrar a
escondidas en alguna de las numerosas plantaciones de plátanos que había en las
afueras de la ciudad.
De pronto advirtió que alguien se había sentado a su
lado. Era una joven de su misma edad.
Enseguida pensó que era la más guapa que había visto
jamás. Cuando ella le miró, él, avergonzado, bajó la mirada. De reojo vio cómo
se quitaba las sandalias y se frotaba los pies doloridos.
De esa manera había conocido a Dolores. Muchas veces
después habían hablado de cómo la desaparición de Juan en el tumulto del
carnaval y los pies doloridos de Dolores les habían unido.
Permanecieron sentados junto a la fuente y empezaron a
hablar.
Henning
Mankell (Suecia,
1948-2015)
La ilustración corresponde al carnaval en Santiago de los Treinta Caballeros, República Dominicana.
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