El armario está apoyado en la pared, como siempre, replicó ¡Qué raro es! Distingo en él una cara.
En este cuarto no ha habido un armario nunca respondí. Y levanté las cortinas del lecho para poder vigilarla mejor.
¿Pero no ves aquella cara? me dijo, señalando a la suya propia, que se reflejaba en el espejo.
En vista de que no me era posible hacerle comprender que el rostro que veía era el suyo, me levanté y tapé el espejo con un chal.
La cara sigue estando detrás, dijo anhelante, y se ha movido. ¿Quién será? Temo que aparezca cuando te vayas. ¡Elena: este cuarto está embrujado! Me asusta quedarme sola.
Le así las manos y traté de calmarla. Se estremecía convulsivamente y miraba hacia el espejo con fijeza.
Le así las manos y traté de calmarla. Se estremecía convulsivamente y miraba hacia el espejo con fijeza.
No hay nadie en el cuarto, señora repetí . Era su propio rostro, como sabe usted muy bien.
¡Yo misma! exclamó suspirando . Y el reloj da las doce... ¡Es horrible!
Y se cubrió los ojos con las sábanas. Pretendí dirigirme a la puerta para avisar a su marido, pero me detuvo un penetrante grito de Catalina. El chal acababa de caer al suelo.
¡Vamos! exclamé . ¿Qué sucede? ¿Quién es el cobarde ahora? ¿No ve usted, señora, que es su cara la que se refleja en el espejo?
Se asió a mi, y unos momentos después su semblante se había tranquilizado y a su lividez sucedía el rubor.
Emily Brontë (Inglaterra, 1818-1848)
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