(Fragmento inicial)
A los setenta y dos años Casanova vive en el castillo de Dux, Bohemia, en soledad punitiva. Por segunda ocasión ha sido exiliado de la Serenísima República de Venecia, carece de fortuna y amigos cercanos, y se ve obligado a aceptar el apoyo del conde Waldstein, quien le da un puesto simbólico de bibliotecario. En las escasas ocasiones en que el dueño del castillo visita sus propiedades y manda encender los candelabros para una cena, el huésped veneciano ofrece una estampa de lujosa decrepitud. Sus medias de seda con ligas de colores, sus chalecos de terciopelo, sus puños de encaje y su sombrero emplumado fueron elegantes en una época perdida: para 1797 se han vuelto vistosamente ridículos. En algún momento de la noche el conde pide a su invitado que pague su estancia narrando su lejano escape de la Cárcel de los Plomos. En un francés trabajado por italianismos, el aventurero cuenta una historia que los comensales escuchan con una mezcla de atención y piedad. Giacomo Casanova, autoproclamado Caballero de Seingalt, se ha convertido en una pieza digna de un gabinete de curiosidades, semejante al ciervo de seis cuernos, el autómata de cuerda o la Torre de Babel esculpida en una nuez. Tolerado con fatiga por la aristocracia local y repudiado sin miramientos por una servidumbre que coloca su caricatura en el retrete y le sirve los macarrones fríos, el veneciano intenta una última fuga. Durante trece horas diarias, que se le van «como trece minutos», escribe su vida.
Museo de gestos, adorador de mujeres bellísimas que yacen bajo tierra, sobreviviente de una era que ya semeja un espejismo, el anciano Casanova despierta el contradic- torio interés del libertino en cautiverio.
Juan Villoro (México, 1956).
La ilustración es obra de Auguste Leroux.
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