Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 20 de julio de 2021

Venecia según el conde de Montecristo

"... al pie de las columnas de San Marcos, en Venecia..."

A Dumas se le reconoce como uno de los escritores más prolíficos no sólo de la lengua francesa, sino en la historia de la literatura. Entre la profusión exuberante de su obra, destacan por la popularidad que alcanzaron, un par de novelas: Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, sin demérito alguno para el resto de su trabajo que, según una investigación de Réginald Hamel, profesor canadiense de la universidad de Montreal, rebasó las cien mil páginas.

El propio Alexandre Dumas siempre mostró un afecto muy particular por las aventuras de Montecristo, tanto que fundó una publicación semanal que alcanzó 138 ediciones entre 1857 y 1862, denominada Le Monte-Cristo, y se mandó construir una lujosa mansión en Le Port-Marly a la que bautizó como Castillo de Monte-Cristo.

Casi al principio de la novela, cuando Edmundo Dantés se encuentra en la prisión de If con el abate Faria, éste le revela que:

- Cuando vengas a mi celda, te enseñaré una obra completa, resultado de los pensamientos, reflexiones e indagaciones de toda mi vida. La había imaginado a la sombra del Coliseo, en Roma, al pie de las columnas de San Marcos, en Venecia, y a orillas del Arno, en Florencia. Entonces yo no sospechaba siquiera que mis verdugos me obligarían a escribirla  en un calabozo del castillo de If.

Al margen de las leves alusiones venecianas que podrían calificarse como ornamen- tales, tal sería el caso del capítulo denominado Simbad el marino: "Pendía del techo una lámpara de cristal de Venecia, preciosísima por su forma y su color, y cubría el suelo un tapiz turco, tan blando, que hasta el tobillo se hundían los pies.", o también en el capítulo segundo del tercer libro, cuando establece que "Montecristo era digno apreciador de todas las cosas que Alberto había acumulado en esa estancia: antiguos cofres, porcelanas del Japón, alfombras de Oriente, juguetes de Venecia...", por lo general, la presencia de Venecia se vincula a la trama.

En el capítulo décimo, Los bandoleros romanos, se refiere al carnaval:

- Pues mira, querido -dijo Franz a Alberto--, lo mejor que podemos hacer es irnos a pasar el carnaval en Venecia; al menos allí, si no encontramos carruaje, encontrare- mos góndolas.

Más adelante, en el capítulo trece, La mazzolata:, se registra el siguiente diálogo:

- ¿Cuál es su nombre? Porque sin duda lo conocéis.

- Perfectamente; el conde de Montecristo.

- ¿Qué nombre es ése? No será un nombre de familia.

- No; es el nombre de una isla que ha comprado.

- ¿Y el conde?

- Conde toscano.

- Sufriremos al fin a ése como a los demás -respondió la condesa, que era de una de las más antiguas familias de los alrededores de Venecia-. ¿Qué clase de hombre es?

- Preguntad al vizconde de Morcef.

Y también en el capítulo dieciséis, La cita:

- En ese caso me despido de vos. Porque tengo que irme a Nápoles y no estaré aquí de vuelta hasta el sábado por la noche o el domingo por la mañana. Y vos -preguntó el conde a Franz-, ¿partís también, señor barón?

- Sí.

- ¿Para Francia?

- No, por Venecia. Me quedo todavía un año o dos en Italia.

Para después concluir ese mismo capítulo:

Así lo hicieron, y al día siguiente, a las cinco de la tarde, los dos jóvenes se separaban. Alberto de Morcef para volver a París, y Franz d'Epinay para ir a pasar unos quince días en Venecia.

Posteriormente, en el libro quinto y último, en su noveno capítulo, El padre y la hija, menciona los famosos canales venecianos.

- Piénsalo bien, Eugenia.

- ¡Oh!, todo está reflexionado. Estoy cansada de oír hablar de fines de mes, de alza, de baja, de fondos españoles, de cuentas, etcétera. En lugar de todo eso, Luisa, el aire, la libertad, el canto de los pájaros, las llanuras de Lombardía, los canales de Venecia, los palacios de Roma y la playa de Nápoles. ¿Cuánto tenemos?

En el penúltimo capítulo, Pepino, establece que "Danglars quería, en efecto, trasla- darse a Venecia a recoger una parte de su.fortuna, y después a Viena a realizar el resto."

Poco más adelante, en ese mismo episodio:

Su primer movimiento fue respirar para asegurarse de que no estaba herido. Era un medio que había aprendido en Don Quijote, único libro no que había leído, sino que conservaba alguna cosa en la memoria.

- No -dijo-, no me han matado ni herido, pero ¿me habrán robado acaso?

Y metió la mano en los bolsillos. Estaban intactos. Los cien luises que se había reservado para hacer el viaje de Roma a Venecia se hallaban en el bolsillo de su pantalón, y la cartera con la letra de cinco millones cincuenta mil francos estaba en el bolsillo de la levita.

A punto de concluir, el capítulo final da principio estableciendo:

Serían las seis de la tarde. Un horizonte de color de ópalo, matizado con los dorados rayos de un hermoso sol de otoño, se destacaba sobre la mar azulada.

El calor del día había ido atenuándose poco a poco, y empezaba a sentirse la ligera brisa que parece la respiración de la naturaleza exhalándose después de la abrasadora siesta del mediodía; soplo delicioso que refresca las costas del Mediterráneo y lleva de ribera en ribera el perfume de los árboles, mezclado con el acre olor del mar.

Sobre la superficie del lago que se extiende desde Gibraltar a los Dardanelos, y de Túnez a Venecia, una embarcación ligera, de forma elegante, se deslizaba a través de los primeros vapores de la noche. Su movimiento era el del cisne que abre sus alas al viento surcando las aguas. Avanzaba rápido y gracioso a la vez, dejando en pos de sí un surco fosforescente.

Existe una supuesta continuación de El conde de Montecristo titulada La mano del muerto, pero no fue escrita por Dumas, su autor es el portugués Alfredo Possolo Hogan y acontece parcialmente en Venecia, como podremos leer mañana, cuando incluya un fragmento para constatarlo.

Jules Etienne

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