Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

martes, 2 de agosto de 2011

Un detective en agosto

 
La novela Agosto, de Rubem Fonseca, rebasa los límites genéricos para reinventar su contexto histórico: el suicidio del dictador brasileño Getúlio Vargas, presidente en funciones -episodio en la historia de Brasil que también refiere de manera apenas incidental en su relato El juego del muerto-, en agosto de 1954, como se establece en el siguiente diálogo: 
 
"Mientras Mattos se entregaba a estas reflexiones, Alice escribía en su diario, en la mesa de la sala. Últimamente, ella permanecía callada, mirando a la pared, o bien escribiendo horas enteras en su grueso cuaderno de pasta dura.
 
- ¿En qué piensas?
 
- En Getulio Vargas -Pausa-. ¿Y tú?
 
- Tengo cosas más importantes que pensar. Tengo mi vida
 
- Getulio Vargas es parte de mi vida -dijo Mattos.
 
- Getúuio te encarceló cuando eras estudiante.
 
- No fue él. Fue un esbirro cualquiera. Siento pena por Getulio. Sé que suena absur- do; yo mismo me sorprendo."
 
Mario César Carvalho en su artículo La pesadilla de la historia, en el cual emprende un análisis de la novela, establece: "No es fortuito que casi todos los personajes reales de la historia se conviertan en personajes secundarios en Agosto. Fonseca parece interesado en el encuentro del ciudadano común con la historia del país, en el choque de la historia mitológica con lo cotidiano y viceversa."
 
Investigando el asesinato de un hombre de negocios, el comisario Alberto Mattos, desencantado y ulceroso, emprende sus amargas reflexiones sobre la descompo- sición del tejido social: "Sacó un Pepsamar del bolsillo, lo masticó, lo mezcló con saliva y lo tragó. Él había cumplido la ley. ¿Había hecho un mundo mejor?". El personaje que simboliza la legalidad, la justicia, el respeto a los valores y las instituciones, se enfrenta a lo largo de sus pesquisas con toda clase de hampones: asesinos a sueldo, periodistas deshonestos, políticos corruptos y empresarios coludidos.

Este escenario, típico de la novela negra, resulta ideal para la denuncia de una realidad lacerante. Funciona lo mismo con los autores que ubican la acción de sus novelas en la actualidad, como para aquellos que reelaboran otra época, como sería el caso de Fonseca, quien ya nos advierte desde el propio epígrafe, que proviene del Ulises de James Joyce: "La Historia, dijo Stephen, es una pesadilla de la cual estoy tratando de despertar."
 
Carvalho afirma que Fonseca indagó en libros, revistas y periódicos de la época, con el fin de mostrar a "la Historia como una estúpida sucesión de acontecimientos fortuitos, un enredo de falsedades".

Vargas Llosa, al abordar el tema en El "Gran Arte" de la parodia, reconoce que el mayor mérito de Fonseca consiste en aprovechar los materiales y recetas de la literatura de consumo popular, como punto de partida para elaborar una literatura de calidad.
 

Jules Etienne

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