"... se ocultó el sol entre celajes funestos y el húmedo planeta, cuya influencia gobierna el imperio de Neptuno, padeció eclipse como si el fin del mundo hubiese llegado."
(Fragmento del primer acto, escena I)
Horacio: Yo te lo diré, o a lo menos, los rumores que sobre esto corren. Nuestro
último Rey (cuya imagen acaba de aparecérsenos) fue provocado a combate, como
ya sabéis, por Fortimbrás de Noruega estimulado por la más orgullosa emulación.
En aquel desafío, nuestro valeroso Hamlet (que tal renombre alcanzó en la parte
del mundo que nos es conocida) mató a Fortimbrás, el cual por un contrato
sellado y ratificado según el fuero de las armas, cedía al vencedor (dado caso
que muriese en la pelea) todos aquellos países que estaban bajo su dominio.
Nuestro Rey se obligó también a cederle una porción equivalente, que hubiera
pasado a manos de Fortimbrás, como herencia suya, si hubiese vencido; así como,
en virtud de aquel convenio y de los artículos estipulados, recayó todo en
Hamlet. Ahora el joven Fortimbrás, de un carácter fogoso, falto de experiencia
y lleno de presunción, ha ido recogiendo de aquí y de allí por las fronteras de
Noruega, una turba de gente resuelta y perdida, a quien la necesidad de comer
determina a intentar empresas que piden valor; y según claramente vemos, su fin
no es otro que el de recobrar con violencia y a fuerza de armas los mencionados
países que perdió su padre. Este es, en mi dictamen, el motivo principal de
nuestras prevenciones, el de esta guardia que hacemos, y la verdadera causa de
la agitación y movimiento en que toda la nación está.
Bernardo: Si no es esa, yo no alcanzo cuál puede ser..., y en parte lo confirma la visión
espantosa que se ha presentado armada en nuestro puesto, con la figura misma
del Rey, que fue y es todavía el autor de estas guerras.
Horacio: Es por cierto una mota que turba los ojos del entendimiento. En la época
más gloriosa y feliz de Roma, poco antes que el poderoso César cayese quedaron
vacíos los sepulcros y los amortajados cadáveres vagaron por las calles de la
ciudad, gimiendo en voz confusa; las estrellas resplandecieron con encendidas
colas, cayó lluvia de sangre, se ocultó el sol entre celajes funestos y el
húmedo planeta, cuya influencia gobierna el imperio de Neptuno, padeció eclipse
como si el fin del mundo hubiese llegado. Hemos visto ya iguales anuncios de
sucesos terribles, precursores que avisan los futuros destinos, el cielo y la tierra
juntos los han manifestado a nuestro país y a nuestra gente... Pero.
Silencio... ¿Veis?..., allí... Otra vez vuelve... Aunque el terror me hiela, yo
le quiero salir al encuentro. Detente, fantasma. Si puedes articular sonidos,
si tienes voz háblame. Si allá donde estás puedes recibir algún beneficio para
tu descanso y mi perdón, háblame. Si sabes los hados que amenazan a tu país,
los cuales felizmente previstos puedan evitarse, ¡ay!, habla... O si acaso,
durante tu vida, acumulaste en las entrañas de la tierra mal habidos tesoros,
por lo que se dice que vosotros, infelices espíritus, después de la muerte
vagáis inquietos; decláralo... Detente y habla... Marcelo, detenle.
William Shakespeare (Inglaterra, 1564-1616).
La ilustración corresponde a los personajes Marcelo, Bernardo y Horacio, escena inicial del primer acto de Hamlet.
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