"... el estanque, que se traga el sol como si en él hubiese de forma perpetua un eclipse solar..."
(Fragmento del capítulo 2)
(Fragmento del capítulo 2)
Bajan sus miradas hacia el estanque,
que se traga el sol como si en él hubiese de forma perpetua un eclipse solar, y
la superficie oscura les parece una nocturna carretera comarcal en la que se
producen encuentros. Otros prefieren no encontrarse a nadie. Lo entiendo, yo
estaría más bien en ese grupo. Bien, ésos ya se han marchado, pues ya no los
veo. El agua está tan fría, que uno la podría sacar del lecho chorreando y
volvería a echarla allí de inmediato nada más al ver con detalle lo que ha
pescado. Esta agua no caería jamás a la superficie terrestre en forma de
precipitación, antes se precipitaría sobre alguien hasta matarlo, alguien que
estuviera esperando una mejora del tiempo desde hace por lo menos una semana.
El frío, al fin y al cabo, baja en una forma extraña, amorfa. Si el agua fuera
hábil, huiría por su propio pie montaña arriba. Todo esto no es tan profundo,
pero las plantas trepadoras y la carroña le arrastrarían a uno hasta ese fondo,
que prefiero no imaginarme. Aquello debe de ser indescriptiblemente fangoso,
oscuro, helado, desolador, por decirlo de algún modo, un lugar donde las aguas
yacen sin sentido, pero sin embargo incesantes, con una parte de su memoria sin
regular por la convención alpina, que invita a las sustancias contaminantes a que,
por favor, no se dejen descargar aquí, y con la otra parte al acecho,
probablemente acechando su propio terrible despertar. Ni siquiera una vez,
jamás, he visto patos en su superficie, el sebo los agarraría por la cola y,
graznando, se verían arrastrados miserablemente bajo la superficie, así me lo
imagino, pues yo aprecio a los animales y no quiero que sufran malas
experiencias. Bueno, evidentemente ellos mismos tampoco quieren. No se posan
jamás, según creo, en estas aguas, que parecen petrificadas por el terror,
porque fueron vertidas aquí y no ahí delante, donde tendrían todo el sol, al
otro lado de la carretera, donde está la fonda, aunque incluso allí, no importa
el sol que haga, refresca pronto debido a las montañas circundantes, y hay que
ir a buscar chalecos y chaquetas. Allí los patos están en los platos. Un
pequeño embarcadero, pero ¿para qué? Si nadie pasa por aquí. Bueno, quién lo
iba a decir entonces, cuando se buscaron las voces más solícitas y se
repartieron los remos y se entrenó la paciencia sin límites al declararse
pérdidas en los primeros meses. A veces, aquí se ven o se oyen niños, que, de
repente, sin embargo, enmudecen y clavan sus miradas en el agua, tan distinta a
lo que se les había prometido, una cara que, tras un examen más detenido, se
descubre como una mueca horrible, una red en la que uno quedará enredado. Nada
de alegres y coloridos bañadores, pelotas de agua, flotadores de animales,
botes hinchables; nada de eso le ha sido concedido a este lago, no recibe
diversidad y por tanto no ofrece diversidad ninguna. No puede ponerse espumosos
vestidos que se alcen susurrantes, pues esta agua metálica no se deja remover
ni conmover. Me parece una simpleza atribuirlo a la completa falta de radiación
solar. Por lo menos los solariums tienen de eso a montones y no por ello las
personas se vuelven mejores. Van a esos lugares para meterse en magníficos
ataúdes resplandecientes, sólo aquellos que quieren cambiar por sí mismos el
color de su piel, como mínimo. Pero en su fuero interno saben que siempre van a permanecer como han sido creados.
Elfriede Jelinek
(Austria, 1946). Obtuvo el premio Nobel en 2004.
* El título original de la novela en alemán es Gier, que significa codicia o avaricia,
por alguna razón fue traducido para su publicación en español como Obsesión.
Forma parte de las novelas de Elfriede Jelinek que abordan los pecados capitales.
por alguna razón fue traducido para su publicación en español como Obsesión.
Forma parte de las novelas de Elfriede Jelinek que abordan los pecados capitales.
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