Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

miércoles, 15 de febrero de 2017

Carnaval: ARROZ Y TARTANA, de Vicente Blasco Ibáñez

"Por las mañanas, entre las estudiantinas y comparsas que corrían por las calles..."
 
(Fragmento del capítulo IV)

Llegaron los tres días de carnaval. Por las mañanas, entre las estudiantinas y comparsas que corrían por las calles, pasaban las familias ostentando a algún niño infeliz enfundado en la malla de Lohengrin, el justillo de Quevedo o los rojos gregüescos de Mefistófeles. Los ciegos y ciegas que el resto del año pregonan el papelito en el que está todo lo que se canta en cuadrilla, guitarra al pecho, vestidos de pescadores u odaliscas, mal pergeñados con mugrientos trajes de ropería.

Muchachos con pliegos de colores voceaban las «décimas y cuartetas, alegres y divertidas, para las máscaras» las, colecciones de disparates métricos y porquerías rimadas, que por la tarde habían de provocar alaridos de alegre escándalo en la Alameda. En los puestos del mercado vendíanse narices de cartón, bigotes de crin, ligas multicolores con sonoros cascabeles y caretas pintadas, capaces de oscurecer la imaginación de los escultores de la Edad Media: unas con los músculos contraídos por el dolor, un ojo saltado y arroyos de bermellón cayendo por la mejilla; otras, con una frente inmensa, espantosa; caras de esqueletos con las fosas nasales hundidas y repugnantes; narices que son higos aplastados o que se prolongan como serpenteante trompa con un cascabel en la punta; sonrisas contagiosas que provocan la carcajada y carrillos rubicundos a los que se agarra un repugnante lagarto verde.


Vicente Blasco Ibáñez (España, 1867-1928)

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