"Cuba era un piano que alguien tocaba detrás del horizonte": Eliseo Alberto
Siendo muy joven, todavía adolescente, tuve mi primera inquietud por el periodismo y aprovechando los contactos de mi tío Enrique, hermano menor de mi padre, ingresé a trabajar como aprendiz de reportero en El Mundo, el diario más antiguo de mi natal Tampico. A pesar de que he sido maestro universitario, es decir, no menosprecio la formación académica, sigo siendo profundamente cartesiano en cuanto a considerar la experiencia como base del conocimiento y, por lo tanto, estoy convencido de que nunca aprenderemos más que en la llamada escuela de la vida. Esa misma que cuando reprobamos no suele darnos la oportunidad de volverla a cursar.
Conocí, entonces, algunos trucos del viejo oficio de reportero -me refiero a los ya lejanos años setenta-, y otros recursos que en aquella época precibernética funcionaban para un diario impreso. Una de las que se me quedaron grabadas fue la práctica del llamado zopiloteo. Esto es, ubicar a un personaje de la fuente encomendada, con problemas de salud o ya muy anciano, para redactar por adelantado su nota necrológica y conservarla en un cajón en espera de su deceso. Eso tenía varias ventajas, el día en que finalmente se requería el artículo, ya no había que trabajar, sólo entregarlo para su publicación y, sobre todo, durante el tiempo que transcurría entre la redacción del mismo y el fallecimiento del individuo en cuestión, uno tenía la oportunidad de enriquecerlo con anécdotas e información adicional que se iban recabando durante dicho lapso. De tal manera que en el momento preciso, la nota tenía una calidad superior a la promedio.
Ahora que recién falleció en México el escritor cubano Eliseo Alberto, a pesar de su precario estado de salud y de que la cirugía a la que fue sometido era un trasplante de riñón, las notas sobre su defunción fueron todas similares, y con la pobreza de no incluir fragmentos de su obra -los únicos poemas citados en realidad son de la autoría de su padre, Eliseo Diego-, y sólo muy ocasionalmente de entrevistas con él. Me queda la impresión de que nadie lo zopiloteó o tal vez se deba a que ese práctica de mal gusto pero eficaz, ya no se acostumbra en la actualidad. No he logrado encontrar en el mar de notas a través de la red, alguna verdaderamente original que incluya además un poema suyo o una cita brillante que pudiera destacarse. Por esa razón es que ahora voy a reproducir un párrafo de su novela Caracol Beach, con la que obtuvo el premio Alfaguara en 1998, en la que hace referencia a la muerte:
"Ese sábado sus muertos estaban más vivos que nunca. Se sentía cercado por los espectros. Resucitaban en las carrocerías de los autos, sombras tras los cristales de las vagonetas, y chispeaban en los espejos retrovisores de los autobuses y se escondían en las cabinas de las camionetas sin dejar de llamarlo por su nombre, recordándole que era tiempo de que se sumara a la tropa de difuntos y se dejara comer por el tigre. Lo cierto es que la tarde se fue minuto a minuto con la lluvia construyendo una y otra vez el patíbulo, siniestro ejercicio que no conducía a ninguna parte o puede que a una: al corral de su cobardía."
A Eliseo Alberto le llamaban Lichi y como ahora es bien sabido por todos hasta para quienes nunca lo hayan leído -gracias a la insistencia de ese autómata abstracto y amorfo denominado los medios-, murió en México, en el exilio. Sus reflexiones al respecto son más interesantes que su obra misma. O, al menos, es lo que me parece.
La ilustración corresponde a una fotografía de Camagüey, Cuba.
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