Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

viernes, 22 de julio de 2011

Imagen que se repite: RETRATO DE UN MÉXICO CORRUPTO



Es de comprenderse que no sean muy abundantes los títulos en español que aparecen como novedades en la biblioteca pública de Vancouver. La curiosidad me ha llevado a leer algunos, lo que me permite explorar la obra de autores que desconozco. Las sorpresas gratas han sido unas cuantas mientras que los chascos, más bien frecuentes. Hace un par de semanas me encontraba en plena búsqueda de novelas o poemas que mencionaran el exilio y fue así como me topé con La última hora del último día, de Jordi Soler, escritor afincado en Barcelona pero originario de La Portuguesa, una comunidad de republicanos catalanes ubicada en plena selva veracruzana, en México. Se trata de una novela con marcados tintes autobiográficos, puesto que está narrada en primera persona y acontece precisamente en La Portuguesa, lugar de nacimiento del autor. Ya no tuve oportunidad de leerla en aquel momento para poder incluir alguna referencia suya relacionada con el exilio. Sin embargo, me quedé con la inquietud de hacerlo, y ahora que estoy emprendiendo su lectura, casi al principio, apenas rebasadas las primeras treinta páginas, me topé con el siguiente párrafo, cuya acción corresponde a 1974:

"... no querían exponerse a discutir mucho el tema y simplemente aceptaban las multas preventivas que establecía el alcalde, unas multas cuyo pronto pago volvía sordos a los oídos de los funcionarios, los hacía incapaces de enterarse de las quejas exageradas, cuando no inventadas, de los trabajadores, y evitaban que los soldados republicanos y sus familias tuvieran que marcharse a un nuevo exilio. Aquellas multas preventivas eran un primor, iban desde la donación para pavimentar o alumbrar la calle, hasta la compra de una furgoneta para la querida del alcalde o del predio donde el gobernador de Veracruz, una vez terminada su legislatura, planeaba construirse una casa para retirarse, un primor aquellas multas de las que no quedaban ni actas, ni comprobantes, ni recibos, y que se establecían en aquellas comidas periódicas en La Portuguesa, a la hora que llegaban a la mesa los habanos y los tragos fuertes." (Páginas 32 y 33)

Lo cual me remitió de inmediato a uno de los diálogos en La silla del águila, de Carlos Fuentes:

"- Es peligroso ser de verdad honesto en este país. La honestidad puede ser admirable , pero acaba por convertirse en vicio. Hay que ser flexible ante la corrupción. Sé honesto tú, Tomás, pero cierra los ojos -como la justicia divina- ante la corrupción de los demás. Recuerda, primero, que la corrupción lubrica al sistema. La mayoría de los políticos, los funcionarios, los contratistas, etcétera, no van a tener otra oportunidad para hacerse ricos, más que esta, la de un sexenio. Luego vuelven al olvido. Pero precisamente quieren ser olvidados para que nadie los acuse, y ricos, para que nadie los moleste. Ya vendrá otra camada de sinvergüenzas. Lo malo es cerrarle el camino a la renovación del pillaje." (Página 280)

Esto lo escribí al final del capítulo 15 de mi novela Decir adiós es morir un poco:

"En efecto, es como si el honor patrio estuviera en juego una vez más. Otra deshonra, una raya más al tigre. Pero permitir que escapara sería seguir hundiéndonos en este círculo vicioso. Si Rosa Ríos y todos los poderosos que disponen a sus anchas del presupuesto siguen gozando de su libertad, ¿por qué un jodido no les puede robar unos cuantos dólares a esos gringos? Recuperar una infinitésima parte de lo que ellos nos despojaron. Vamos a ser coruptos todos, pero parejo. Deshonestos por antonomasia. Lo que no se vale, como dice la chiclera, es ser ojetes con unos y tolerantes con otros. Si esto va a ser una jungla, sin ley y sin respeto, más te valdría irte preparando para ser caníbal. La realidad es una sobredosis de crueldad." (Página 164)

Malcolm Lowry siempre mantuvo una relación de pasión y odio por México, Bajo el volcán sería su mejor muestra. Sólo dos de sus novelas fueron publicadas en vida, las demás han sido rescatadas con el paso de los años. El archivo personal de Lowry fue donado por su viuda Marguerite a la universidad de la Columbia Británica, aquí en Vancouver. En numerosas ocasiones los académicos y expertos en su obra, han tratado de ordenar los apuntes y borradores de otras novelas suyas, mismas que han sido editadas de manera póstuma. Es el caso de Ferry de octubre a Gabriola, de la que ya me he ocupado en este espacio, Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, y otro trabajo inacabado, que se publicó a pesar de que algunos fragmentos son todavía inconexos entre sí y con sus respectivos apuntes al margen incluidos. Su título original es una expresión en español: La mordida, por eso es que los responsables de su edición en inglés -en este caso la universidad de Georgia-, explican en la solapa el significado de su título ("the little bite"): una expresión coloquial mexicana para describir esa pequeña estafa que los oficiales pueden requerir con el fin de hacer expedita la solución de algún asunto. La novela, el borrador inconcluso más extenso dejado por Lowry, recoge una de sus experiencias personales. De viaje por Oaxaca se embriagó, como solía hacerlo siempre, por lo que unos oficiales de la policía le pidieron sus documentos. Como había dejado su pasaporte en el hotel, trató de explicárselos pero el idioma les impidió entenderse. Los policías exigieron cincuenta pesos para dejarlo ir, él no lo comprendió y acabó en la cárcel. El asunto llegó hasta el juzgado, las acusaciones resultaron más severas y Lowry fue finalmente deportado del país que tanto le gustaba y que era el tema predilecto de sus obras. La mordida representa un ejercicio catártico en el que expone lo que percibía como una gran injusticia:

"- ... acerca de ser deportado. Especialmente de México, que es ampliamente conocido como el país más corrupto del mundo.

- No tanto como debería -dijo Sigbjorn-, aunque por ahora estamos casi dispuestos a ser parte de esa corrupción.

- ¿Lo estás tú?

- Si te refieres a que voy a pagarles un asqueroso centavo a esos puercos después de todo lo que nos han hecho, no." (Página 239)

Sin embargo, lo que podría ser dicho como una autocrítica al propio país, jamás se acepta de buen grado que un extranjero lo señale. Así lo experimentaron Vargas Llosa -al referirse al sistema político como una "dictadura perfecta"-, y Arturo Pérez Reverte -cuando en una feria del libro en Guadalajara dijo que esta era "una mala época para nacer en México"-, a lo que yo siempre me he preguntado, desde esta confortable distancia de cuatro mil kilómetros, ¿y no?, ¿en algún momento Pérez Reverte exageró, mintió o calumnió? Lo que me lleva entonces suponer, de acuerdo con aquellos que reaccionaron indignados ante lo aludido, que esta debe ser una gran época para nacer y vivir en México.

Bien lo advertía Octavio Paz hace ya más de medio siglo en El laberinto de la soledad, respecto a esa delicada condición idiosincrática: "una mirada puede desencadenar la cólera de estas almas cargadas de electricidad. Atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle, palabras y sospecha de palabras". El mexicano es, sin duda, un pueblo intenso. Tal vez demasiado.


La ilustración corresponde a Yanga, en el estado de Veracruz, denominado el "primer pueblo libre de América", cercano a la plantación cafetalera La Portuguesa.

(La traducción del inglés del diálogo en La mordida, es de J. Etienne)

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