Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 25 de octubre de 2010

Alí Chumacero: la muerte de un poeta


El sábado me encontraba junto con mi entrañable amigo Raúl Herrera, dispuestos a abordar el ferry que nos llevaría a la Isla Gabriola, para cumplir el trayecto que hiciera Malcolm Lowry en 1946, y que culminaría con su novela Ferry de Octubre a Gabriola, la cual ya he consignado previamente. El plan original era escribir hoy algo sobre esa experiencia cuando, al leer las noticias me enteré de la muerte, precisamente ese día, de Alí Chumacero. No creo que este sea el espacio adecuado para una nota necrófila como las que se redactan en las agencias noticiosas y se publican en los medios, escritas de manera impersonal y siempre impregnadas con esa desagradable sensación de que el tiempo apremia.

Únicamente consignaré que Chumacero fue un poeta longevo (nació en Nayarit, en 1918), cuya obra -su brevedad no va en menoscabo alguno de sus méritos y cualidades-, comprende tres poemarios: Páramo de sueños (1944), Imágenes desterradas (1947) y Palabras en reposo ((1956). Sus discursos fueron recopilados y publicados con motivo de sus noventa años, por Jorge Asbun Bojalil, en Alas de centella.

Recuerdo cuando el año pasado me encontraba trabajando en una antología de poemas sobre los espejos, y me encontré uno suyo con el título Espejo de zozobra, al que pertenece el siguiente párrafo, tan oportuno en esta ocasión:

"... y en vano quiero ya cerrar los ojos,
dejar los brazos a su propio peso
o que el agua del silencio lave mi cuerpo,
pues ya mi sueño frente a mí me nombra,
ya destroza el espejo en que se guarda
y reclina su voz sobre la mía:
ya estoy frente a la muerte."

Advertía que no pienso dedicar este breve texto a los consabidos apuntes biográficos, pero sí resulta oportuno recordar que fue él, cuando trabajaba en el Fondo de Cultura Económica, el corrector y editor de Pedro Páramo, de Juan Rulfo.

Lo que se pueda decir de Chumacero ya lo ha escrito -mejor de lo que podríamos hacerlo otros-, José Emilio Pacheco en una remembranza crítica a la que llamó Jardín de Ceniza, como el título de uno de sus poemas que también me he permitido reproducir.

Terminaré citando un párrafo de René Avilés Favila, mi antiguo maestro en la Facultad de Ciencias Políticas hace ya más de treinta años: "Alí fue un roble poderoso, cuyas hojas se esparcieron por todo el país. Deja hueco en las letras, en la historia cultural de México. Imposible de llenarlo. Un poeta espléndido que supo combinar dos artes: las letras y la amistad en una larga y memorable vida."

(Es posible leer el texto de José Emilio Pacheco sobre Alí Chumacero en:

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