"... el hallazgo de un barril de tequila por uno de los oficiales fue acontecimiento de la magnitud del milagro."
(Fragmentos)
Primera parte
I
- Sargento, tráeme una
botella de tequila; he decidido pasar la noche en amable compañía con esta
morenita... ¿El coronel?... ¿Qué me hablas tú del coronel a estas horas?...
¡Que vaya mucho a...! Y si se enoja, pa mí... ¡plin!... Anda, sargento, dile al
cabo que desensille y eche de cenar. Yo aquí me quedo... Oye, chatita, deja a
mi sargento que fría los blanquillos y caliente las gordas; tú ven acá conmigo.
Mira, esta carterita apretada de billetes es sólo para ti. Es mi gusto.
¡Figúrate! Ando un poco borrachito por eso, y por eso también hablo un poco
ronco... ¡Como que en Guadalajara dejé la mitad de la campanilla y por el
camino vengo escupiendo la otra mitad!... ¿Y qué le hace...? Es mi gusto.
Sargento, mi botella, mi botella de tequila. Chata, estás muy lejos; arrímate a
echar un trago. ¿Cómo que no?... ¿Le tienes miedo a tu... marido... o lo que
sea?... Si está metido en algún agujero dile que salga..., pa mí ¡plin!... Te
aseguro que las ratas no me estorban.
Una silueta blanca
llenó de pronto la boca oscura de la puerta.
- ¡Demetrio Macías! -exclamó
el sargento despavorido, dando unos pasos atrás.
El teniente se puso de
pie y enmudeció, quedóse frío e inmóvil como una estatua.
- ¡Mátalos! -exclamó la
mujer con la garganta seca.
- ¡Ah, dispense,
amigo!... Yo no sabía... Pero yo respeto a los valientes de veras.
Segunda parte
I
Al champaña que ebulle
en burbujas donde se descompone la luz de los candiles, Demetrio Macías prefiere
el límpido tequila de Jalisco.
Hombres manchados de
tierra, de humo y de sudor, de barbas crespas y alborotadas cabelleras, cubiertos
de andrajos mugrientos, se agrupan en torno de las mesas de un restaurante.
III
- Le presento a usted,
mi general Macías, a mi futura -pronunció enfático Luis Cervantes, haciendo entrar
al comedor a una muchacha de rara belleza.
Todos se volvieron
hacia ella, que abría sus grandes ojos azules con azoro.
Tendría apenas catorce
años; su piel era fresca y suave como un pétalo de rosa; sus cabellos rubios, y
la expresión de sus ojos con algo de maligna curiosidad y mucho de vago
temor infantil.
Luis Cervantes reparó
en que Demetrio clavaba su mirada de ave de rapiña en ella y se sintió satisfecho.
Se le abrió sitio entre
el güero Margarito y Luis Cervantes, enfrente de Demetrio.
Entre los cristales,
porcelanas y búcaros de flores, abundaban las botellas de tequila.
XIII
- Güero -observa la Codorniz-, a ése que va saliendo le
prendió la avispa; mira cómo cojea
El güero, sin parar
mientes ni volver siquiera la cara hacia el herido, afirma con entusiasmo que a
treinta pasos de distancia y al descubrir le pega a un cartucho de tequila.
- A ver, amigo, párese -dice
al mozo de la cantina. Luego, de la mano lo lleva a la cabecera del patio del
hotel y le pone un cartucho lleno de tequila en la cabeza.
El pobre diablo
resiste, quiere huir, espantado, pero el güero prepara su pistola y apunta.
- ¡A tu lugar...
tasajo! O de veras te meto una calientita.
El güero se vuelve a la
pared opuesta, levanta su arma y hace puntería.
El cartucho se estrella
en pedazos, bañando de tequila la cara del muchacho, descolorido como un muerto.
- ¡Ahora va de veras! -clama,
corriendo a la cantina por un nuevo cartucho, que vuelve a colocar sobre la
cabeza del mancebo.
Torna a su sitio, da
una vuelta vertiginosa sobre los pies, y al descubrir, dispara.
Sólo que ahora se ha
llevado una oreja en vez del cartucho.
Y apretándose el
estómago de tanto reír, dice al muchacho:
- Toma, chico, esos
billetes. ¡Es cualquier cosa! Eso se quita con tantita árnica y aguardiente...
Tercera parte
II
¿Villa?... ¿Obregón?...
¿Carranza?... ¡X... Y... Z...! ¿Qué se me da a mí?... ¡Amo la revolución como
amo al volcán que irrumpe! ¡Al volcán porque es volcán; a la revolución porque
es revolución!... Pero las piedras que quedan arriba o abajo, después del
cataclismo, ¿qué me importan a mí?...
Y como al brillo del
sol de mediodía reluciera sobre su frente el reflejo de una blanca botella de tequila,
volvió grupas y con el alma henchida de regocijo se lanzó hacia el portador de
tamaña maravilla.
III
Aquel pueblecillo, a
igual que congregaciones, haciendas y rancherías, se había vaciado en Zacatecas
y Aguascalientes.
Por tanto, el hallazgo
de un barril de tequila por uno de los oficiales fue aconteci- miento de la
magnitud del milagro. Se guardó profunda reserva, se hizo mucho misterio
para que la tropa saliera otro día, a la madrugada, al mando de
Anastasio Montañés y de Venancio; y cuando Demetrio despertó al son de
la música, su Estado Mayor, ahora integrado en su mayor parte por jóvenes ex
federales, le dio la noticia del descubrimiento, y la Codorniz,
interpretando los pensamientos de sus colegas, dijo axiomáticamente:
- Los tiempos son malos y hay que aprovechar, porque
"si hay días que nada el pato, hay días que ni agua bebe".
Mariano Azuela (México, 1873-1952).
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