"... la vengativa turba mexicana se apoderó de las calles de Tampico para manifestar su rechazo..."
Era la noche del
veintiuno de abril. Por la mañana, los infantes de marina y
los chaquetas azules estadounidenses habían desembarcado en Veracruz y tomado
la aduana y la ciudad. De Inmediato se telegrafió la noticia, la
vengativa turba mexicana se apoderó de las calles de Tampico para manifestar su rechazo ante esa acción de los Estados Unidos derribando banderas
americanas y gritando muerte a los america- nos.
No había nada salvo su
propia falta de valor para disuadir a la multitud de llevar a cabo su
amenaza. De haber derribado las puertas del Hotel Sur, o de otros hoteles,
o de residencias como la de Wemple, se habría desatado una lucha en la que los
miles de soldados federales en Tampico se habrían unido a sus compatriotas
civiles en la loable tarea de disminuir la población gringa en esa región de
México. Debería haber buques de guerra estadounidenses para actuar como
elementos disuasorios; pero en un inexplicable exceso de delicadeza, o por estrategia, o Dios sabe qué, los Estados Unidos, cuando dieron la orden de tomar
Veracruz, habían retirado con mucho cuidado sus buques de guerra de Tampico al
golfo abierto a una docena de millas de distancia. Esta orden había
llegado al almirante Mayo por telegrama desde Washington, y tres veces había
exigido que se repitiera la orden, con lágrimas en los ojos, les daba la
espalda a sus paisanos y paisanas* para navegar en el mar.
(...)
Se encontraban en el campo petrolero holandés y frente al comienzo de sus verdaderos problemas. El barco de vapor con los refugiados había partido río abajo desde el campamento de Asphodel; Chill II había desaparecido, el superintendente no sabía cómo, junto con el cuerpo de Peter Tonsburg; y dudaba que pudieran permane- cer allí.
"Tengo que
considerar a los propietarios" -les dijo-. “Este es el pozo más grande
de México, y ustedes lo saben, ciento ochenta y cinco mil barriles de flujo
diario. No tengo derecho a arriesgarme. Nosotros no tenemos problemas con los
mexica- nos. Son ustedes los americanos. Si se quedan aquí, tendré que
proteger- los. Y no puedo hacerlo. Todos perderemos
la vida y ellos destruirán el pozo en ese trance. Si disparan,
significa todo el campo petrolero de Ébano. Los estratos están demasiado
rotos. Estamos fluyendo veinte mil barriles ahora, y es imposible pellizcar
más. Tal como están las cosas, el aceite se está saliendo de la
tubería. Y no podemos tener una pelea. Debemos mantener el
petróleo en movimiento”.
Los hombres
asintieron. Era una lógica a sangre fría; pero no había culpa en ello.
La expresión de ansiedad se
suavizó en el rostro del superintendente, y casi les sonrió por estar de
acuerdo con él.
“Tienen una buena
máquina allí” -continuó-. El transbordador está en la orilla de Pánuco, y
una vez que atraviesen, los rebeldes no abundan en la costa norte. Pueden ganarle por varias horas al barco de vapor en su regreso a Tampico. Y hace
días que no llueve. El camino no será nada malo.
Jack London: John Griffith Chaney (Estados Unidos, 1876-1916).
* En su idioma original dice: he had turned his back on his countrymen and countrywomen,
por lo que al traducirlo de manera literal resulta congruente con el llamado lenguaje inclusivo hoy en boga.
(Traducido del inglés por Jules Etienne).
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