"... al cabo de poco más de un mes, la Comédie-Francaise obtuvo el permiso de dar representaciones para sostener a las familias de los caídos..."
(Fragmento del capítulo 17: Los días de la comuna)
Hasta los días del asedio, en París se seguía viviendo
alegremente. En septiembre se decidió el cierre de todas las salas de
espectáculos, tanto para acompañar en el drama de los soldados en el frente
como para poder mandar a ese mismo frente a los bomberos de servicio, pero al
cabo de poco más de un mes, la Comédie-Française obtuvo el permiso de dar representaciones
para sostener a las familias de los caídos, aun en condiciones de economía, sin
calefacción y con velas en lugar de luces de gas; luego volvieron a empezar
algunas funciones en el Ambigu, en el Porte Saint-Martin, en el Châtelet y en
el Athénée.
Los días difíciles empezaron en septiembre con la
tragedia de Sedan. Con Napoleón prisionero del enemigo, el Imperio se
derrumbaba, Francia entera entraba en un estado de agitación casi (todavía
casi) revolucionaria. Se proclamaba la República, pero en las mismas filas
republicanas, por lo que yo llegaba a entender, se agitaban dos almas: una
quería sacar de la derrota la ocasión para una revolución social, la otra
estaba dispuesta a firmar la paz con los prusianos con tal de no ceder a esas
reformas que -se decía- desembocarían en una forma de comunismo puro y simple.
A mediados de septiembre, los prusianos habían llegado
a las puertas de París, habían ocupado los fuertes que habrían debido
defenderla y bombardeaban la ciudad. Seguirían cinco meses de asedio durísimo
durante los cuales el hambre se convertiría en el gran enemigo.
De las intrigas políticas, de los desfiles que
recorrían la ciudad en varios puntos, entendía poco y aún menos me importaba,
pues consideraba que en momentos como aquéllos era mejor no callejear
demasiado. Ahora bien, la comida, eso era asunto mío, y me mantenía informado
diariamente con los tenderos de mi barrio para entender qué nos esperaba. Al
recorrer los jardines públicos como el de Luxemburgo, al principio parecía que
la ciudad vivía en medio del ganado, pues se habían concentrado ovinos y
bovinos dentro del perímetro urbano. Sin embargo, ya en octubre decían que no
quedaban más de veinticinco mil bueyes y cien mil carneros, que no era nada
para alimentar a una metrópolis.
Umberto Eco (Italia, 1932-2016).
(Traducido al español por Helena Lozano Miralles).
La ilustración corresponde al teatro de la Comedia Francesa de París, en el siglo XIX.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario