Pudiera decirse que estaban terminados los grandes
trabajos emprendidos por el Gun-Club, y, sin embargo, tenían aún que
transcurrir dos meses antes de enviar el proyectil a la Luna. Dos meses que debían
parecer largos como años a la impaciencia universal. Hasta entonces los
periódicos habían dado diariamente cuenta de los más insignificantes
pormenores de la operación, y sus columnas eran devoradas con avidez; pero era de
temer que en lo sucesivo disminuyese mucho el dividendo de interés distribuido
entre todas las gentes, y no había quien no temiese que iba a dejar
pronto de percibir la parte de emociones que diariamente le correspondía.
No fue así. El más inesperado, el más extraordinario, increíble e inverosímil incidente volvió a fanatizar los ánimos
anhelantes y a causar en el mundo una sorpresa y una sobreexcitación hasta
entonces desconocidas.
Un día, el 30 de septiembre, a las tres y cuarenta y
siete minutos de la tarde llegó a Tampa, con destino al presidente
Barbicane, un telegrama transmitido por el cable sumergido entre Valentia
(Irlanda), Terranova y la costa americana.
El presidente Barbicane rasgó el sobre, leyó el parte,
y, no obstante su fuerza de voluntad para hacerse dueño de sí mismo, sus
labios palidecieron y su vista se turbó a la lectura de las veinte palabras
del telegrama.
He aquí el texto del mismo, que se conserva aún en los
archivos del Gun-Club:
«Francia, París.
»30 septiembre, 4 h. mañana.
»Barbicane. Tampa, Florida.
»Estados Unidos.
»Reemplazad granada esférica por proyectil cilindro
cónico. Partiré dentro. Llegaré por vapor Atlanta.
Michel Ardan.»
Jules Verne (Francia, 1828-1905).
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