(Fragmento inicial del capítulo XXIX)
El carnaval de Munich de 1914, esas semanas alegres y fraternales que median entre la epifanía y el miércoles de ceniza y que dan lugar a tantas fiestas públicas y privadas, en las que yo, joven profesor recién trasladado a Freising, tomé parte por mi propia cuenta o en compañía de Adrián, no se ha borrado de mi memoria. Quedó, al contrario, profundamente grabado en ella. Fue el último carnaval anterior a la guerra de cuatro años, que ahora llamamos, a la luz de los horrores de nuestro tiempo, la primera guerra mundial, y que puso término definitivo a la atmósfera de inocente estetismo y dionisíaco bienestar que durante tanto tiempo caracterizó a la ciudad del Isar. Fue entonces también cuando empezaron a perfilarse, entre el círculo de nues- tras relaciones, ciertos destinos individuales, cuya evolución había de provocar fatales desenlaces -sucesos a los que el mundo apenas prestó atención-, pero de los que habré de hablar aquí porque, en parte, se enlazan con la vida y con el destino de mi héroe, Adrián Leverkühn, y más aún porque Adrián, obrando de modo fatal y misterio- so, contribuyó a provocarlos. De ello estoy íntimamente convencido.
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