"... la riña entre nuestros dos soldados no aconteció por otro motivo que el juego de estos malditos dados..."
(Fragmento inicial)
Puesto que, señores míos, la pelea y la peligrosa riña entre nuestros dos soldados no aconteció por otro motivo que el juego de estos malditos dados que son causa de grandísimos males, como también lo son las malditas barajas -y cada uno de vosotros nos dio ya su opinión-, yo mismo os narraré un caso que viene a cuento. Y aunque todos los días se diga que este juego es malo y frecuentemente se ven mil ejemplos de su malignidad, sin embargo he decidido contaros un caso raro, cruel y lamentable que aconteció no hace mucho en mi patria, Venecia. Como todos sabéis, no existe huerto que, por bien y asiduamente cultivado que esté y por pequeño que sea, no albergue entre las hierbas buenas y provechosas unas inútiles y a veces nocivas y venenosas, por lo que muy a menudo entre las acelgas y el perejil también brota la mortal cicuta. Aunque el jardinero diligente cave y revuelva toda la tierra, siempre crecerán de esas hierbas en abundancia. Así que no sorprenderá a nadie que en una ciudad grandísima como lo es mi patria, Venecia, tan bella, tan rica, tan poblada y poderosa por mar y tierra, a veces se encuentren matones y malhechores que cometen infinidad de crímenes. Pero, gracias a Dios, no tardan en recibir el sapientísimo senado que con sus oficiales tanto vigila los delitos, que al fin los malhechores y los criminales son muy severamente castigados. Regresando a nuestro tema sobre las fechorías y los crímenes que todos los días se cometen, me parece que la mayoría de las veces estos provienen del juego. Por eso os cuento que, no hace muchos meses, vivió en Venecia un tal Pietro, hijo menor del dueño de aquella botica que tiene como insignia una poma de oro.
Pietro se dio a jugar desde niño y con la edad creció en él tan desbordada pasión por el juego, que se entregó enteramente a él y no hacía otra cosa sino andar siempre con los dados en la mano. Cuando Pietro era todavía jovencito, jugando un día a los dados con un compañero surgió entre ellos una pelea y Pietro le clavó un puñal en el pecho y lo mató. Se descubrió el homicidio y Pietro tuvo que huir; como no acudió al llamado de la justicia, fue pregonado como homicida por desobediencia y contumacia. No estuvo mucho tiempo fuera de su patria puesto que, según las leyes que llamamos «partes», logró ser absuelto y regresó a Venecia. Pero no por eso dejó de jugar, sino todo lo contrario: jugaba cuanto tenía, de manera que no había objeto en casa del que no echara mano. Hasta en la bodega de la botica faltaban a menudo muchas cosas. El padre, muy dolido del vicio de su hijo, quiso ver si dándole esposa podría sacarlo del juego; pero fue en vano, porque Pietro seguía jugando como de costumbre.
Matteo Bandello (Italia, 1485-1561).
La ilustración corresponde a Soldados jugando (Soldaten beim Würfelspiel), de Max Gaisser.
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