"... esos relojes astronómicos donde están representados a la vez las horas, los signos del zodíaco, los doce apóstoles, las mareas, los años bisiestos y los eclipses del sol y de la luna..."
(Fragmento)
(Fragmento)
... pero
el azar hace bien las cosas, el azar, felizmente existe un azar que permite a
los hombres y a las mujeres encontrarse, hacer el amor por azar, enseñando los
senos por azar porque simplemente estaba demasiado inclinada, olvidando sin
duda que su traje, su escote se entreabría siempre, las pinzas del azúcar en la
mano y el tono distinguido de una conversación mundana, cuántos, uno solamente,
sólo uno, mire mis senos, mire mi trasero ardiendo, el cuerpo ardiendo,
bajando, entrando en el bosquecillo, deben encontrarse en el lugar donde el
muro se ha derrumbado, era como si ella tuviera todavía las huellas de sus
manos sobre su vestido blanco, allí donde él la había tocado, en los senos, en
el vientre, entre los muslos, yo podía verlo tan claramente como si hubiera
estado bailando con un carbonero, bailar, los dos, pegados, los ojos en blanco,
oh (continuando así quizá durante un minuto... o dos, o diez, o media hora, o
un millón: el tiempo (esa especie de tiempo en el cual sin duda ella se movía)
imposible de medirse por el hecho de que, evidentemente, no era de la misma
especie que el que puede medir una manecilla desplazándose sobre una esfera;
esa esfera (esa sobre la cual la manecilla -o el espíritu de Sabine- avanzaba)
constituida al parecer por varias esferas superpuestas o, si se prefiere,
concéntricas, como en esos relojes astronómicos donde están representados a la
vez las horas, los signos del zodíaco, los doce apóstoles, las mareas, los años
bisiestos y los eclipses del sol y de la luna, señalando la manecilla, pues, en
el mismo instante varias indicaciones, lo cual, si se medita bien, es
igualmente cierto para no importa qué manecilla de no importa qué reloj
comprado el día de la primera comunión -o regalado, heredado-, la caja adornada
con las iniciales grabadas y tan complicadamente entrelazadas que resultan
indescifrables o al menos tan difíciles de reconocer (es decir, de desenredar y
después, hecho esto, de identificar, atribuyéndolo a uno u otro de los diez o
doce antepasados, tíos abuelos o viejas primas ya olvidadas, a quienes ha
pertenecido, como sucede con esos pesados monogramas bordados en las sábanas
-en general desaparejadas, pero aparentemente sin uso- que se transmiten de
generación en generación: representando cada sigla la alianza de al menos dos
familias -algunas de ellas conservando orgullosamente, y a menudo
indebidamente, según las cláusulas de la ley sálica, un nombre ya extinguido
por tratarse de una sucesión femenina-, el mecanismo del tiempo y el de la
reproducción desarrollándose ambos bajo los simbólicos vestigios de otros
tiempos y de otros coitos), tan difíciles de reconocer y luego de atribuir
(cada una de las iniciales enlazadas por dos o tres letras pudiendo ser las de
muchos nombres o patronímicos y pudiendo representar también sus combinaciones
una infinidad de alianzas, de emparejamientos e incluso -el mismo patronímico
atribuido hereditariamente a menudo, en las familias, en recuerdo de parientes
próximos o lejanos- de identidades, de manera que los dos lados del reloj,
dorso y esfera, parecen presentar incesantemente un doble enigma imposible de
resolver, constituido por una multitud de calcos superpuestos que, en
transparencia, hacen aparecer simultáneamente la innumerable presencia
fantasmal de personas y acciones difuntas)…
Claude Simon (Francés nacido en Madagascar, 1913-2005). Obtuvo el premio Nobel en 1985.
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