"... cuando estaba en Manchuria para observar en las mejores condiciones posibles un eclipse de sol."
(Fragmento del capítulo IV)
«Para mi mente
de niño, debía de haber fuera de casa gente que trataba de destruir mis días felices, que iban a comenzar aquel mismo día en el almacén y pertenecían
exclusivamente a AQUÉL y a mí. Si aquella gente hacía acto de presencia, yo
estaba resuelto a batirme valientemente con mi vieja bayoneta de la guerra
ruso-japonesa, que había utilizado hasta entonces para cortar el pienso de las
bestias, y que parecía una barra de hierro ennegrecida», dijo «él». «Se diría
que la vida en ese trastero resultó realmente divertida para usted. ¿Le recibió
bien su padre?» «¡Ni siquiera intenté entablar conversación con él! Estaba muy
oscuro allí dentro. Al entrar en el trastero encendí la bombilla desnuda que
colgaba junto al dintel cubierta con un trapo negro, como establecían las
ordenanzas de defensa pasiva; AQUÉL miraba fijamente el fondo del trastero y
llevaba puestas las gafas de buceador con los cristales recubiertos de celofán
que yo llevo en este momento, pues sin duda ya se había decidido a impedir que
los demás pudieran descifrar la expresión de su rostro. Había preparado esas
gafas cuando estaba en Manchuria para observar en las mejores condiciones
posibles un eclipse de sol. Alrededor del sillón de barbero en el que estaba
sentado habla no sé cuántas pilas de grandes libros en lengua extranjera.
Debían de ser tratados de agricultura, pues, según lo que he leído después en
los documentos militares, había proyectado traer al valle a sus
"camaradas" de Manchuria para roturar las tierras que lindan con los
bosques, ¿sabes? A decir verdad, cuando yo fui a vivir al trastero creo que ya
había perdido las ganas de leer esos libros. Me hace pensar así que llevara
continuamente puestas sus famosas gafas, incluso de noche. Con las gafas de
buceador puestas AQUÉL no podía ver con claridad nada de lo que había en el
trastero, pienso yo. Cuando encendí la bombilla del dintel, percibió en seguida
una luz que le resultó desagradable y me lanzó un silbido como los que se hacen
para espantar a los polluelos.»
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