"... luna y perro, perro en la luna, perro come luna, eclipse de perro..."
(Fragmento del libro segundo: Cartas de amor)
Mientras
en el refugio de hormigón del Führer iban progresando los preparativos para la
celebración del natalicio, se escabulló de través e inocentemente, por el patio
interior de la Cancillería del Reich. Al llegar el mariscal del Reich,
precisamente, pasó él la doble guardia y emprendió su curso en dirección
sudoeste, porque se había enterado, por los informes de la situación, que en
Cottbus el frente tenía una brecha. Pero, por muy bello y ancho que el agujero
se presentara, el perro dio media vuelta, con todo, en vista de las puntas de
tanques soviéticas, al este de Jüterbog; de modo que abandonó el movimiento de
los ostrogodos y corrió al encuentro del enemigo occidental: por entre las
ruinas del corazón de la ciudad, eludiendo el sector gubernamental, volando por
poco en el Alex, guiado por dos perros en celo a través del Tiergarten y a
punto de ser atrapado en el puesto antiaéreo del Jardín Zoológico: allí le
esperaban unas ratoneras gigantescas; pero vaciló siete veces alrededor de la
Columna de la Victoria, acabó tomando por la avenida de los desfiles y se
juntó, aconsejado por el antiquísimo remedio casero, el instinto de perro, a un
grupo civil de transporte, que trasladaba utensilios de teatro del terreno de
la exposición de la emisora a Nikolassee. Sin embargo, tanto las emisoras
propias como los altavoces eminentes del enemigo oriental —voces tentadoras que
le prometían conejos— le hicieron sospechosos los suburbios residenciales de
Wannsee y Nikolassee: ¡no quedaban lo bastante al oeste! Y se propuso, cual
objetivo de su primera etapa, el puente del Elba junto a Magdeburg-Burg.
Atravesó
sin incidentes, al sur del Schwielow-See, las puntas de ataque del duodécimo
ejército que habían de socorrer, desde el sudoeste, a la capital del Reich.
Después de un breve reposo en un jardín residencial asolado, un soldado de
infantería de tanques le dio de comer de una sopa de guisantes caliente
todavía, y, sin aire oficial, le llamó por su nombre. Pocos instantes después,
la artillería enemiga bombardeó el sector residencial con propósito de
desorganización, hirió ligeramente al soldado de infantería de tanques y dejó
indemne al perro; porque aquello que sigue allí sobre sus cuatro patas
procurando ejecutar la migración planeada de los visigodos sigue siendo uno y
el mismo perro pastor alemán negro, por amor de sí.
Rastrillos
entre lagos rizados en un día ventoso de mayo. El éter saturado de
acontecimientos importantes. Con el hocico apuntando la meta occidental sobre
arena de la Marca, en la que pinos hunden sus garras. Un rabo horizontal, un
colmillo, muy adelante, reduce con lengua desplegada el trayecto de huida a
dieciséis veces cuatro patas: salto de un perro en movimientos parciales
sucesivos. Todo dividido por dieciséis: paisaje, primavera, aire, libertad, pinceladas
de árboles, bellas nubes, primeras mariposas, gorjeo de pájaros, zumbido de
insectos, huertos suburbanos con brotes verdes, vallados de estacas altamente
musicales, los campos labrantíos escupen conejos, gallos silvestres se airean,
naturaleza sin proporciones, nada ya de caja de arena, sino horizontes, olores
como para untar el pan con ellos, puestas de sol que se van marchitando
lentamente, crepúsculos sin huesos; de vez en cuando, restos de tanques
recortados románticamente contra el cielo matutino de las cinco; luna y perro,
perro en la luna, perro come luna, eclipse de perro (…)
Günter Grass (Alemania, 1927-2015). Obtuvo el premio Nobel en 1999.
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