Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

lunes, 23 de mayo de 2011

Bésame, bésame mucho...


Nos asomamos por la ventana para ver el mar, tal vez por última vez. No sería como tantas otras veces al salir de viaje con esa esperanza impregnada de certeza de que regresaríamos. Siempre nos gustó el mar aunque nos conocimos lejos de él. Recuerdo su sonrisa, a medio camino entre la timidez y la coquetería, y cuánto trabajo me costó animarme por fin a dirigirle la palabra; buscaba la frase perfecta, aquella que no fuese trivial ni pedante, y que al mismo tiempo me permitiera mostrar algo de mi oficio con las letras, que me hiciera ver simpático y, de ser posible, parecerle atractivo. Es paradójica la facilidad con la que se pueden crear los parlamentos en la ficción y a veces resulta tan complicado decirle algo a una persona real, como si se deseara invertir el orden de las cosas y ser uno mismo el personaje imaginario para dejar en el autor la responsabilidad de lo dicho y sus consecuencias. Tal vez por eso la humanidad, a lo largo de su historia y en todas las culturas, tuvo que inventar un Dios -o dioses según los politeístas-, para así poder responsabilizar a alguien superior de lo que sucede en el mundo, este mismo que se supone, debería acabarse dentro de unos minutos.

Quisiera hacer un recuento, ¿qué fue lo mejor de mi existencia? ¿lo que más disfruté de mi paso por la vida? ¿cuántas cosas habría querido hacer que finalmente ya no serán posibles? Y la pregunta que siempre nos hacemos, en algún cumpleaños o con motivo de la celebración del año nuevo: ¿qué habría preferido cambiar de mi pasado? Decía Lyotard, el filósofo francés posmoderno, que un muerto deja de estar muerto cuando ya no se visita su tumba, esto es, en el momento en que ya no hay nadie que pueda recordar su imagen. Habremos muerto para los demás, porque lo saben. Pero el día en que desaparezca el último ser humano que tenga memoria de que vivimos, será como si nunca hubiésemos existido. Aceptemos entonces, con Borges, que "ser inmortal es baladí; menos el hombre todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte".

Abrimos una botella de champaña para brindar. Es también lo que se acostumbra cada vez que un año termina... Me miró desde el fondo de sus ojos crédulos. "Brindemos", respondió con lo que supuse era la tristeza de la despedida. Aclaró: "No es que se celebre al año que se va, sino es la bienvenida al que llega". Aunque me pareció que tenía razón, nos quedaba menos de una hora para perderla en una última discusión, me guardé mi opinión de que no teníamos otra opción que brindar por el pasado, por lo que tuvimos la oportunidad de vivir, puesto que no habría mañana. Elegí una canción romántica para acompañarnos, Bésame mucho, por esa frase que ahora vendría a ser hasta simbólica: como si fuera esta noche la última vez. Le pregunté que si sabía que era la canción mexicana más popular en todo el mundo y asintió con esa sonrisa que no quisiera tener que dejar de ver, que ya se lo había comentado antes, y que la habían grabado hasta los Beatles... y Nat King Cole... y Diana Krall... y Dalida... y Chris Isaak... y es el tema romántico de una película rusa...

Se supone que hace un par de horas se debió acabar el mundo. Según la subjetiva interpretación del Apocalipsis del predicador evangélico Harold Camping -desde hace un buen rato instalado en la senilidad-, ya tendría que haber sucedido. Encendimos el televisor para ver las noticias, y en un canal programaron una vieja película con Candice Bergen pero no, no era El fin del mundo en una noche de lluvia desde nuestra cama de siempre, de Lina Wertmüller, lo que habría de considerarse un auténtico sarcasmo; en otro, un evento deportivo con el estadio atiborrado de aficionados a quienes no les debió importar el fin del mundo, sino el de su rival en la cancha; y, por último, en el segmento del clima en el noticiero tuvieron el descaro de pronosticar lluvia para el día de mañana. ¿Significará eso el principio de un nuevo diluvio universal?

Creo que tendremos que adquirir otra botella de champaña para diciembre del año próximo, cuando llegue la fecha establecida por las profecías mayas. Aunque no puedo soslayar el hecho de que fueron incapaces de predecir las calamidades que provocaron el colapso de su propia cultura y ni siquiera usaban la rueda. Pero si nosotros logramos seguir juntos, ¿qué tan grave podrá ser? La besé, nos besamos. Le dije: "Vamos a hacer el amor antes de que se acabe el mundo". Y aquí seguimos.

Jules Etienne

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