Vancouver: luz de agosto en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne).

miércoles, 30 de marzo de 2011

Otras lluvias de marzo

 
Las lluvias de esta época, en Vancouver, son ya las últimas, señalan el fin del invierno. Mientras que en el resto del país lo que cae es nieve, aquí, en donde la temperatura raras veces desciende bajo cero, lo que tenemos es una larga temporada de lluvias que da principio en diciembre. Admito que prefiero la nieve, pero cada vez que lo expreso las voces de protesta no se hacen esperar. El caso es que este año, a partir de los festejos de San Patricio, hemos tenido más días soleados de los habituales. Hasta el lunes, en que se dio una casualidad con una precisión digna de mejor causa. Me encontraba releyendo Pedro Páramo, luego de que podría decirse que Werner Herzog lo decidió por mí, y al llegar a la página 93:

"Allá afuera se oía el caer de la lluvia sobre las hojas de los plátanos, se sentía como si el agua hirviera sobre el agua estancada en la tierra. Las sábanas estaban frías de humedad. Los caños borboteaban, hacían espuma, cansados de trabajar durante el día, durante la noche, durante el día. El agua seguía corriendo, diluviando en incesantes burbujas."

Lo curioso del asunto es que toda la novela transpira una atmósfera polvosa y a menudo calcinante, es muy poco lo que se puede encontrar en ella sobre la humedad de la lluvia, y leyendo precisamente ese párrafo escuché como unas gotas empezaban a golpear en mi ventana y desde entonces no ha cesado de llover. Como en el Macondo de García Márquez, en que Isabel miraba la lluvia cuando "El invierno se precipitó un domingo...", esto sucede después de un largo verano de siete meses por lo que los personajes la reciben "Alegres de que la lluvia revitalizara el romero y el nardo sedientos en las macetas."

En el relato -que es un monólogo interior-, se describe como la lluvia empieza a caer sobre Macondo un domingo y se vuelve cada vez más intensa hasta alcanzar el rango de tormenta para convertirse en un auténtico diluvio. Por fin, el jueves, que Isabel supone viernes, deja de caer: "Sólo entonces me di cuenta de que había escampado y de que en torno a nosotros se extendía un silencio, una tranquilidad, una beatitud misteriosa y profunda, un estado perfecto que debía ser muy parecido a la muerte." Y concluye su propuesta onírica de una manera que no podría estar más apegada al espíritu que caracteriza el estilo de su autor: "Dios mío -pensé entonces confundida por el trastorno del tiempo-. Ahora no me sorprendería de que me llamaran para asistir a la misa del domingo pasado."

Los pronósticos del tiempo anuncian que mañana seguirá lloviendo. Tal vez me vuelva a ocupar del tema. Después de todo la lluvia, junto con el mar y la luna, son una constante poética.


Jules Etienne

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